miércoles, 19 de febrero de 2014

-¿LA DEMOCRACIA?, DEBE HABER ALGO MEJOR


Hemos tenido fiestas antes de las fiestas. Nos hemos congratulado, felicitado, alborozado (Entusiasmado, regocijado): ya llevamos siglos de democracia y eso nos hace muy mayores. No hemos, en general, hablado mucho del país que resultó de este sistema –no hemos hablado de la injusticia siempre creciente, las diferencias cada vez mayores, la pobreza insultante, el desdén por los derechos de la mayoría– sino, con pompa y circunstancia, del sistema en sí: festejamos la democracia por lo que es, no por lo que hizo y está haciendo. 





–Hey, qué bueno que tenemos democracia.


 –¿Ah, sí, por qué? 

¿¿Y, porque tenemos democracia??. 

            Es difícil vivir sin certezas absolutas, sin un valor incuestionable, sin alguna convicción definitiva –dicen que en algo hay que creer. En nuestros días, el dios más popular es la famosa democracia, y por eso nos hemos pasado estas semanas dedicados a su culto pagano. El problema de las certezas absolutas es precisamente ése: que son certezas, que son absolutas, o sea: que obturan (tapar o cerrar) la posibilidad de pensarlas, la posibilidad de revisarlas. Y en general lo que nos impide pensarlas, revisarlas, es el miedo. 

Es triste pensar desde el miedo –pero es lo más frecuente: el miedo siempre ha sido uno de los grandes motores de la reflexión. No hay nada más humano que el miedo, si algo nos distingue de otros animales es esta asombrosa capacidad de prever y, por lo tanto, de temer. El miedo a la muerte, el miedo al sinsentido, el miedo a la inmensidad tan oscura y ajena han producido algunas de las mayores construcciones de la cultura humana: las religiones, tanta filosofía. El miedo, está claro, nunca ha sido zonzo –así que tira a lo loco piedras y esconde sus manos. El problema es cuando se ve la hilacha en sus tejidos. 

–Ya le dije, qué bueno que tenemos democracia. 


–¿Ah, sí, por qué? 

¿Y, porque tenemos democracia?. 

–¿O sea, hmm? 

–¿Cómo, todavía no entendió?... Porque no tenemos dictadura!!. 


         Para eso sirven también esas celebraciones de 30, 45, 50, 100 etc. años: para recordarnos que debemos pensar la democracia en función de la dictadura, que no debemos compararla con ella misma sino con el horror que la precedió. 


O sea: para convencernos de seguir pensando desde el miedo de ese horror y, por lo tanto, mantener que cualquier cosa va a ser mejor que aquello. 




          Así se construye el culto de la democracia, único dios: gracias al miedo. Ese miedo es uno de los efectos más fuertes, más eficaces, de la dictadura militar de hace mas de 60 años: instalar en la famosa Memoria la idea de que cualquier tentativa distinta es peligrosa, la idea de que no hay otra opción que el capitalismo o el comunismo o sus variantes modernas con delegación política y todo  o, dicho de otro modo: 


Esta democracia representativa. Para eso sirvieron esos asesinatos: para convencernos de que preguntar, cuestionar, dudar, es peligroso –y que mejor conformarse con lo que hay.  


–Pero usted vio lo que fueron los otros sistemas. ¡¡Un desastre!!. 


¿Qué quiere, que seamos como Rusia de Stalin? 

Vos sabes: puede que la democracia no sea buena, pero todos los demás son o han sido peores. 

–¿Y usted cómo lo sabe? ¿Usted conoce todos los demás? 


–¡¡Claro, cómo no los voy a conocer!!. 

–Ahh los conoce, pero ¿sabe?, nadie puede conocer lo que no existe. 






              Ése es el truco: convencernos de que hay que comparar con lo que conocemos. Lo que hizo que la humanidad cambiara un poco a través de los últimos diez mil años fueron esos nabos que compararon con lo desconocido; con la imaginación, con los deseos. Si no fuera por esa actitud estaríamos muy cómodos rumiando pterodáctilo a la piedra en el living de la caverna 3, ó  con suerte, seríamos súbditos del rey de España y su metrópoli y la estaríamos pasando bomba!!.


            Pero parece que nos hemos resignado –digo, como sociedad, como cultura– a que esto es lo que hay,  ésa sí que es una conducta nueva en estos tiempos. 


No nos atrevemos a pensar fuera de este sistema de fracasos y traiciones  y nos quejamos de su funcionamiento  y a veces con justa razón  –Y no de su naturaleza. Como si los frijoles nos cayeran mal y entonces nos empeñáramos en ponerles más sal, menos sal, más o menos pimienta, chorizo argentino o carne de  res, costilla  ahumada o seca. 

–Antes de aceptar, preguntémonos si el problema ¿no será el plato de frijoles?. Lo cual, viviendo en la religión de los frijoles  (con el miedo de que cualquier otra comida nos va a caer peor,  porque una vez comimos un pescado podrido) es muy difícil de aceptar. Pero quizá 25, 30 o 40 años de susto ya fueron suficientes. 






           Lo dicho: no nos atrevemos a pensar cómo cambiar lo que tenemos porque pensamos desde el miedo. 


                  Muy distinto sería pensar esta democracia desde esta democracia, analizarla por lo que es y no por lo que no es  -una dictadura-

La primera premisa sería que fuera de la democracia hay más opciones que un despotismo criminal o uno soviético. 

               Podemos no saber cuáles son. Hace cien años no sabíamos escribir sin una pluma, un tintero y un papel, y ahora estoy tecleando en la computadora –porque hubo gente que pensó que valía la pena imaginar lo que no conocía. Quizá no haya modelos alternativos –o, por lo menos, no tengan difusión. 

Pero lo primero es acordar en el interés de buscarlos, en lugar de resignarse al mal menor.

              La democracia es el sistema que maneja un mundo donde una de cada seis personas pasa hambre. Hambre –que significa o es igual a HAMBRE!!!. 

Creemos que debería haber algo mejor. 




           No estamos  tratando de proponer ningún otro modelo –porque no lo tenemos.


Quizás al final descubramos que efectivamente este sistema era el mejor posible, que no sabemos ser más que esta tristeza. 

Nosotros preferimos  creer que no es así. Quisiéramos que no hubiera desigualdades entre las personas. 
Que no hubiera poder sino decisiones compartidas, 
Que no hubiera patrias sino comunidades, 
Que no hubiera religiones sino debates, y tantas otras cosas, pero no sabemos cómo se hace. 

Sí suponemos  que ya sería momento de atrevernos a pensar de verdad,  si queremos tener algo mejor que esta democracia de delegación y decepción constante: 

Si ya se nos pasó el miedo, si aceptamos que –visto que estamos viviendo para el comer mierd….– vale la pena arriesgarse a pensar que se puede pensar por fuera de esta religión democratista, de este culto de creyentes descontentos. 




DEMOCRACIAS Y SUS VARIANTES:


Clásicamente la democracia ha sido dividida en dos grandes formas: directa o representativa.

           Democracia es una forma de organización social que atribuye la titularidad del poder al conjunto de la sociedad. En sentido estricto, la democracia es una forma de organización del Estado en la cual las decisiones colectivas son adoptadas por el pueblo mediante mecanismos de participación directa o indirecta que confieren legitimidad a sus representantes.


Democracia directa

      Se trata de la democracia en estado puro, tal como la vivieron sus fundadores atenienses. Las decisiones las toma el pueblo soberano en asamblea. No existen representantes del pueblo, si no, en todo caso, delegados que se hacen portavoces del pueblo, que únicamente emiten el mandato asambleario. Se trata del tipo de democracia preferido no sólo por los demócratas de la Antigua Grecia, si no también para muchos pensadores modernos (Rousseau, por ejemplo) y para una buena parte del Socialismo y del Anarquismo. Un ejemplo de democracia directa más conocido es el de la Atenas clásica.


Democracia indirecta o representativa

      El pueblo se limita a elegir representantes para que estos deliberen y tomen las decisiones, de forma jerárquica.



Democracia semidirecta o participativa

     Algunos autores también distinguen una tercera categoría intermedia, la democracia semidirecta, que suele acompañar, atenuándola, a la democracia indirecta. En la democracia semidirecta el pueblo se expresa directamente en ciertas circunstancias particulares, básicamente a través de cuatro mecanismos:

Referéndum. El pueblo elige «por sí o por no» sobre una propuesta.

Plebiscito. El pueblo concede o no concede la aprobación final de una norma (constitución, ley, tratado).

Iniciativa popular. Por este mecanismo un grupo de ciudadanos puede proponer la sanción o derogación de una ley.

Destitución popular, revocación de mandato o recall. Mediante este procedimiento los ciudadanos pueden destituir a un representante electo antes de finalizado su período.


Democracia líquida


      En la Democracia Líquida cada ciudadano tiene la posibilidad de votar por Internet cada decisión del parlamento y realizar propuestas, pero puede ceder su voto a un representante para aquellas decisiones en las que prefiere no participar.


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