jueves, 15 de octubre de 2009

-CORRUPCION: PREMIO NOBEL DE LA PAZ 2009, ENTRE BASTIDORES


La atribución del premio Nóbel de la Paz ha dado lugar a un concierto de elogios entre los dirigentes de la alianza atlántica. Pero también suscita escepticismo a través del mundo. Más que sumarse al debate sobre las razones que pudieran justificar a posteriori la sorprendente decisión, Thierry Meyssan expone la corrupción del Comité Nóbel y los lazos que existen entre su presidente, Thorbjorn Jagland, y los colaboradores de Obama.




Madeleine Albright et Thorbjorn Jagland, durante una reunion en la sede de la OTAN.


«Esta mañana, al escuchar las noticias, mi hija entró y me dijo: ‘Papá, eres Premio Nóbel de la Paz’.» [1] Esta fue la conmovedora historia que el presidente de los Estados Unidos contó a los periodistas como testimonio de que nunca deseó esa distinción y de que era el primer sorprendido. Sin tratar de indagar más sobre el tema, los periodistas publicaron titulares sobre la «humildad» del hombre más poderoso del mundo.

A decir verdad, no se sabe qué resulta más sorprendente: la atribución de tan prestigiosa distinción a Barack Obama o la grotesca farsa que la acompaña, o quizás el método utilizado para corromper al jurado y desviar ese premio de su vocación inicial.

En primer lugar, hay que recordar que, según el reglamento del Comité Nóbel, las candidaturas son presentadas por instituciones (parlamentos nacionales y academias políticas) y personalidades calificadas para ello, principalmente magistrados y ganadores de ese mismo premio. Teóricamente, es posible que se presentara una candidatura sin que el candidato lo sepa. Sin embargo, cuando el jurado toma la decisión se pone directamente en contacto con el interesado para comunicarle la noticia una hora antes de la conferencia de prensa. Sería esta la primera vez en la historia que el Comité Nóbel viola esa regla de cortesía. Según su vocero, lo que pasó es que el Comité Nóbel no se atrevió a despertar al presidente de los Estados Unidos en medio de la noche. Parece que no sabía que en la Casa Blanca hay consejeros que se turnan para recibir las llamadas urgentes y despertar al presidente de ser necesario.

La conmovedora historia de la niñita que le anuncia a su papá que le han dado el premio Nóbel no basta para disipar la incomodidad que provoca esa decisión. Por voluntad de Alfred Nóbel, el premio debe recompensar a «la personalidad que [en el transcurso del año anterior] haya realizado la mayor o la mejor contribución al acercamiento entre los pueblos, a la supresión o a la reducción de los ejércitos permanentes, a la reunión y a la propagación de los progresos por la paz». Lo que el fundador del premio tenía en mente era apoyar la acción militante, no simplemente conceder un certificado de buenas intenciones a un jefe de Estado. Ciertos laureados pisotearon el derecho internacional después de recibir el premio, así que el Comité Nóbel decidió hace cuatro años dejar de recompensar un acto en particular y conceder el premio únicamente a las personalidades que hayan dedicado su vida a la paz. Así que, al parecer, Barack Obama ha sido el militante por la paz más meritorio del año 2008 y no ha cometido ninguna violación importante del derecho internacional en lo que va del año 2009. ¿Qué piensan de eso los hondureños que actualmente viven bajo la bota de una dictadura militar? ¿O los pakistaníes cuyo país se ha convertido en el nuevo blanco del Imperio? Sin entrar a mencionar a las personas que siguen detenidas en la base estadounidense de Guantánamo y en Bagram, ni a los afganos y los iraquíes que enfrentan la ocupación extranjera.

Vayamos al punto central del tema, a lo que los expertos en «relaciones públicas» de la Casa Blanca y los medios de la prensa anglosajona quieren esconder al público: los sórdidos lazos entre Barack Obama y el Comité Nóbel.

En 2006, el European Command (o sea, el comando regional de las tropas estadounidenses cuya autoridad cubría entonces toda Europa y la mayor parte de África) solicita al senador de origen kenyano Barack Obama que participe en una operación secreta que reúne los esfuerzos combinados de varias agencias (la CIA, la NED, la USAID y la NSA). Se trataba de utilizar su condición de parlamentario para que realizara un recorrido por África, lo que le permitiría al mismo tiempo defender los intereses de los grupos farmacéuticos (ante las producciones no patentadas) y rechazar la influencia china en Kenya y Sudán [2]. En este trabajo abordaremos solamente el episodio kenyano.

La desestabilización de Kenya

Barack Obama y su familia llegan a Nairobi en compañía de un agregado de prensa (Robert Gibbs) y de un consejero político-militar (Mark Lippert), a bordo de un avión especial fletado por el Congreso. Detrás de aquel avión llega otro, fletado por el US Army, a bordo del cual viaja un equipo de expertos en guerra sicológica bajo las órdenes del general, supuestamente retirado, J. Scott Gration.

Kenya se encuentra entonces en pleno ascenso económico. Desde el principio de la presidencia de Mwai Kibaki, el crecimiento ha pasado del 3,9 al 7,1% del PIB y la pobreza ha retrocedido de un 56 a un 46%. Tan excepcionales resultados han sido posibles gracias a la reducción de los lazos económicos postcoloniales con los anglosajones y a su reemplazo por acuerdos comerciales más justos con China. Para poner fin al milagro kenyano, Washington y Londres han decidido derrocar al presidente Kibaki e imponer a un oportunista obediente, Raila Odinga [3]. Para ello, la National Endowement for Democracy ha propiciado la creación de una nueva formación política, el Movimiento Naranja, y está preparando una «revolución coloreada» en ocasión de las próximas elecciones legislativas de diciembre de 2007.



El senador Barack Obama hace campaña a favor de su «primo» Raila Odinga.

A su llegada, el senador Obama es recibido como un hijo de Kenya y los medios dan a su visita la más amplia cobertura. El senador estadounidense no vacila en inmiscuirse en la vida política local y participa en los mítines políticos de Raila Odinga. Aboga por una «revolución democrática», mientras que su «acompañante», el general Gration, entrega a Odinga 1 millón de dólares en efectivo. Estas intervenciones desestabilizan el país y Nairobi protesta oficialmente ante Washington. Al término de la gira y antes de regresar a Estados Unidos, Obama y el general Gration rinden su informe en Stutgart, ante el general James Jones (a la sazón jefe del European Command y comandante supremo de la OTAN).

Continuando la misma operación, Madeleine Albright viaja a Nairobi, en calidad de presidenta del NDI (la rama de la National Endowment for Democracy [4] especializada en las relaciones con los partidos de izquierda), donde supervisa la organización del Movimiento Naranja. Más tarde, John McCain también viaja a Kenya, como presidente del IRI (la rama de la National Endowment for Democracy especializada en las relaciones con los partidos de derecha), para completar la coalición de oposición con pequeñas formaciones de derecha [5].


Durante las elecciones legislativas de diciembre de 2007, un sondeo financiado por la USAID anuncia la victoria de Odinga. El día de la votación, John McCain declara que el presidente Kibaki ha “arreglado” el escrutinio a favor de su propio partido y que la victoria es en realidad de la oposición que liderea Odinga. La NSA, en contubernio con operadores locales de telefonía, envía SMS anónimos a la población. En las zonas pobladas por los luos (la etnia a la que pertenece Odinga), los SMS difunden el siguiente mensaje: «Queridos kenyanos: los kikuyus han robado el porvenir de nuestros hijos... Tenemos que darles el único tratamiento que ellos entienden... la violencia». Mientras tanto, en las zonas pobladas por los kikuyus, la redacción es la siguiente: «No se derramará la sangre de ningún kikuyu inocente. Los masacraremos hasta en el corazón de la capital. Por la Justicia, hagan una lista de los luos que conozcan. Haremos llegar a ustedes los números de teléfono a los que se debe enviar esa información». En pocos días, un apacible país se ve sumido en la violencia étnica. Los motines dejan más de 1 000 muertos y 3 000 desplazados. Se pierde medio millón de empleos. Regresa Madeleine Albright. Propone servir de mediadora entre el presidente Kibaki y la oposición que está tratando de derrocarlo. Hábilmente, Albright se aparta y pone bajo la luz de los proyectores al Oslo Center for Peace and Human Rights. El nuevo presidente de esta respetada ONG es el ex primer ministro de Noruega, Thorbjorn Jagland. Rompiendo con la tradicional imparcialidad del Oslo Center, Jagland envía a Kenya dos mediadores, cuyos gastos corren por cuenta del NDI que preside Madeleine Albright (dicho de otra manera, el dinero que paga las cuentas proviene del presupuesto del Departamento de Estado de los Estados Unidos). Los mediadores son otro ex primer ministro noruego, Kjell Magne Bondevik, y el ex secretario general de la ONU, Kofi Annan (ghanés muy presente en los Estados escandinavos desde que se casó con la sobrina-nieta de Raoul Wallenberg).
Obligado a admitir el compromiso que se le impone como condición para el restablecimiento de la paz civil, el presidente Kibaki acepta la creación de un puesto de primer ministro y la nominación de Raila Odinga en ese cargo. Lo primero que hace Odinga es reducir los intercambios con China.

Regalitos entre amigos

Ahí termina la operación kenyana, pero la vida de los protagonistas sigue adelante. Thorbjom Jagland negocia un acuerdo entre la National Endowment for Democracy y el Oslo Center, acuerdo que se hace formal en septiembre de 2008. Se crea una fundación adjunta en Minneapolis, permitiendo así que la CIA pueda subvencionar indirectamente a la ONG noruega. Esta interviene por cuenta de Washington en Marruecos y principalmente en Somalia [6].

Obama es electo presidente de los Estados Unidos. En Kenya, Odinga decreta varios días de fiesta nacional para celebrar el resultado de las elecciones estadounidenses. El general Jones se convierte en consejero de seguridad nacional, y nombra a Mark Lippert jefe de su equipo y al general Gration como adjunto.

Durante la transición presidencial estadounidense, el presidente del Oslo Center, Thorbjorn Jagland, es electo presidente del Comité Nóbel, a pesar del riesgo que un político tan retorcido representa para la institución [7]. La candidatura de Barack Obama al premio Nóbel de la Paz es presentada a más tardar el 31 de enero de 2009 (fecha límite reglamentaria [8]), o sea 12 días después de su entrada en funciones en la Casa Blanca. Ásperos debates se desarrollan en el seno del Comité que no logra ponerse de acuerdo en cuanto al nombre del laureado para principios de septiembre, contrariamente a lo previsto en su calendario habitual [9]. El 29 de septiembre, Thorbjorn Jagland es electo secretario general del Consejo de Europa como resultado de un acuerdo, convenido por debajo de la mesa, entre Washington y Moscú [10]. Cuando se recibe un regalo, hay que devolver la cortesía. La condición de miembro del Comité Nóbel es incompatible con una importante función política de carácter ejecutivo, pero Jagland se mantiene en el Comité argumentando que el reglamento se refiere a una función ministerial pero que no dice nada del Consejo de Europa. Así que regresa a Oslo el 2 de octubre. Ese mismo día, el Comité designa al presidente Obama como premio Nóbel de la Paz 2009.

En su comunicado oficial, el Comité declara con la mayor seriedad del mundo: «Es muy raro que una persona, Obama en este caso, logre cautivar la atención de todos y transmitirles la esperanza de un mundo mejor. Su diplomacia está basada en el concepto de que los que dirigen el mundo tienen que hacerlo sobre la base de valores y de comportamientos compartidos por la mayoría de los habitantes del planeta. Durante 108 años, el Comité del premio Nóbel se ha esforzado por estimular el tipo de política internacional y de acción cuyo principal vocero es Obama» [11].

Por su parte, el feliz laureado declaró: «Recibo la decisión del Comité Nóbel con sorpresa y con profunda humildad (...) Aceptaré esta recompensa como un llamado a la acción, un llamado a todos los países a que se alcen ante los desafíos comunes del siglo XXI». Así que este hombre «humilde» se ve a sí mismo como representante de «todos los países». Eso no parece augurar nada de paz.


Thierry Meyssan

Analista político francés. Fundador y presidente de laRed Voltaire y de la conferencia Axis for Peace. Última obra publicada en español: La gran impostura II. Manipulación y desinformación en los medios de comunicación(Monte Ávila Editores, 2008).


Fuente: http://www.voltairenet.org/article162522.html



jueves, 8 de octubre de 2009

-11 DE SEPTIEMBRE FALSEDADES AL DESCUBIERTO


por Thierry Meyssan*

A ocho años de la caída de las torres gemelas, se derrumban elementos de la versión oficial: un libro de Eric Raynaud –que retoma investigaciones anteriores, algunas de ellas de la Red Voltaire– concluye que ningún avión de pasajeros se estrelló contra el Pentágono y que las torres no se derrumbaron por el impacto de los aviones.




Ocho años después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, el periodista Eric Raynaud publica un libro que disecciona la versión gubernamental que Estados Unidos ofreció al mundo. Aunque las autoridades se aferran a su versión de los hechos, ningún experto se arriesga ya a apoyar los detalles de ésta. El enfoque despolitizado de Raynaud permite, efectivamente, la reconstrucción de un consenso en el seno de la sociedad y colmar el abismo existente entre la prensa y el público.

—Usted acaba de publicar 11-septembre, les vérités cachées(11-septiembre, las verdades ocultas). En este libro usted pasa en revista numerosos temas. Pero ¿cuáles son, en su opinión, los elementos más importantes de los que disponemos actualmente y que no se conocían hace ocho años?

—Un hecho esencial ha sido la divulgación del informe de la comisión investigadora instaurada por la administración de Bush-Cheney en el verano de 2004. Sus conclusiones eran tan inaceptables, en el plano intelectual, que han despertado la curiosidad de los pensadores, los científicos, los universitarios, los expertos, etcétera. Los rigurosos trabajos de estos últimos han dado como resultado que hoy, ocho años después de los hechos, están demostrados dos elementos fundamentales: ningún avión de pasajeros se estrelló contra el Pentágono y los derrumbes de las torres gemelas (del World Trade Center) no se debieron a los impactos de los Boeing 767 ni a los incendios provocados por el combustible de éstos. En realidad, la versión oficial sobre los dos hechos esenciales más espectaculares de aquel 11 de septiembre de 2001 está hoy descalificada.

—Es cierto, pero esos elementos ya estaban descalificados antes de la publicación de ese informe. ¿Por qué la publicación del informe cambió la percepción de la opinión pública sobre el tema y dio lugar a las asociaciones de ideas que usted menciona en su libro? Quisiera que se entienda bien el sentido de mi pregunta: ¿Por qué lo que yo (Thierry Meyssan) escribía en 2001-2002 era inaceptable en Estados Unidos y por qué, por el contrario, a partir de 2004 una parte de la opinión pública estadunidense consideró que lo inaceptable era la versión gubernamental?

—En efecto, esos hechos ya eran conocidos. Pero sólo lo eran para aquellos que estaban buscando la verdad, cada uno por su lado. Y estaban totalmente marginados. Las familias de las víctimas, los bomberos de Nueva York, todos los que habían expresado dudas desde el primer día estaban a la espera de ese informe. Ante esa maraña de verdades falsas, de deformaciones de la verdad, de “olvidos” particularmente molestos, toda esa gente saltó a la palestra, por decirlo de alguna manera. Sobre todo porque la credibilidad de gente como David Ray Griffin o Richard Gage y de sobrevivientes que dieron sus testimonios les permitió hacerlo. Desgraciadamente para la administración de Bush, ese momento coincidió más o menos con la aparición de la web 2.0, que fue un instrumento decisivo en esa lucha. Todos, eficazmente agrupados en asociaciones muy específicas y serias, intercambiaban sus informaciones, sus estudios, análisis. La suma de ese enorme trabajo tenía que arrojar como resultado, efectivamente, un cambio en la actitud de la opinión pública ante hechos que se habían vuelto evidentes. Me parece que usted cometió el error de haber tenido razón demasiado temprano sobre el atentado contra el Pentágono. Después de haber tratado de desmontarla por todos los medios, una cantidad considerable de periodistas estadunidenses aceptaron la tesis que usted había presentado. Y ellos mismos lo confiesan hoy en día, como David von Kleist que, después de haber sido un adversario de la tesis que usted expresara anteriormente, se encuentra hoy entre los Truthers (partidarios del movimiento estadunidense por la verdad sobre el 11 de septiembre. Nota del traductor) más activos.

—¿No sería posible considerar las cosas desde otro ángulo? Cuando yo emití las primeras críticas no existía una versión gubernamental coherente, sino un montón de información fragmentaria proveniente de diversas agencias. Siempre me respondían que yo no había entendido nada. Al tratar de unificar toda esa información fragmentaria en una versión única, la Comisión Presidencial se encontró ante la cuadratura del círculo. Su trabajo demostró esencialmente que era imposible contar esa historia de forma coherente. La comisión incluso evitó abordar numerosos problemas, llegando al extremo de olvidar el derrumbe del edificio siete.

—De todas formas el informe de la comisión investigadora estaba condenado al destino que finalmente ha tenido: al rechazo puro y simple por parte de los que estaban esperando lo que iba a decir la administración de Bush. Los atentados fueron un conjunto de hechos tan grandes, todos de carácter único, con algunos que parecen lógicos y otros que parecen menos lógicos, que resultaba una tarea imposible. Por cierto, George Bush se había dado cuenta de eso cuando rechazó, desde el principio, la creación de aquella comisión. Y cedió únicamente ante la presión popular, pero lo hizo tratando de minimizarlo: nada de medios, nada de dinero, poco tiempo y un hombre de confianza como director ejecutivo. A pesar de eso, si dos conocidos periodistas que trabajan para las mayores cadenas, entre ellos el corresponsal de la CNN en el Pentágono, dicen en vivo en los minutos siguientes al famoso suceso que “ningún avión se ha estrellado aquí”, parece difícil que una comisión investigadora gubernamental pueda citarlos cuando el gobierno afirma exactamente lo contrario. El problema de la comisión es que las palabras se las lleva el viento mientras que las imágenes y el sonido grabados van a perdurar. Y se pueden consultar. La misma preocupación existe en el caso del edificio siete. En un informe preliminar, la Federal Emergency Management Agency estipula que “no tiene explicaciones sobre las razones de la caída de este edificio de 186 metros de altura”. La agencia gubernamental encargada de continuar la investigación, el NIST, tampoco tiene explicación para esto… Así que se “olvida” la caída de un edificio prácticamente del mismo tamaño que la Torre Montparnasse (de París) a la velocidad de caída libre –6.5 segundos– en un informe de casi 600 páginas. Finalmente, en agosto de 2008, el NIST encuentra una explicación truculenta que no convence a nadie. Se trata, en efecto, de lograr la cuadratura del círculo. Por cierto, el presidente y el vicepresidente de esta comisión expresaron su desacuerdo en un libro que escribieron juntos posteriormente. Al igual que el abogado que fungía como consejero de esa misma comisión, un exfiscal federal, que escribió recientemente en un libro que el gobierno lo había obligado a mentir, para llamar las cosas por su nombre.

—En un asunto de Estado como éste, los testigos dicen ahora lo contrario de lo que habían dicho anteriormente. Usted citaba hace un instante a Jimmy McIntyre, el corresponsal de la CNN en el Pentágono. El 11 de septiembre él es categórico: ningún avión de pasajeros se estrelló contra el edificio. Pero ese mismo Jimmy McIntyre organiza en abril de 2002 un largo programa especial de la CNN en el que asegura que cuando yo me expreso como lo hago es por antiamericanismo y que es imposible poner en duda que el vuelo 77 se haya estrellado contra el Pentágono. La comisión escuchó sólo a dos testigos, que se retractaron, y descartó a todos los que insistían en contradecir la versión de la administración de Bush. A mí me costó mucho trabajo que la gente incorporara a sus análisis el derrumbe del edificio siete. Varios días después de los atentados, aquel hecho había desaparecido de la memoria colectiva. Y observo que la especulación bursátil anterior a favor de la baja, que antecedió al 11 de septiembre, también cayó en el olvido y, como señala usted en su libro, sólo fue mencionada nuevamente debido al escándalo de Madoff. Además, a pesar de todos mis esfuerzos, todo el mundo –incluyendo a los Truthers en Estados Unidos– se obstina en ignorar el incendio del anexo de la Casa Blanca y la comunicación de los atacantes con la Casa Blanca, en la que se usaron los códigos presidenciales, dos hechos ampliamente probados –el primero fue incluso filmado por ABC– y que impulsaron al consejero antiterrorista Richard Clarke a poner en marcha el Programa de Continuidad del Gobierno. ¿Cómo se explican todos esos ejemplos de amnesia colectiva?

—Sí, James McIntyre se contradijo sin el menor escrúpulo en CNN. A pesar de lo cual sus declaraciones del primer momento siguen estando accesibles. En cambio, el otro colega, Bob Plugh, nunca ha modificado en lo más mínimo su versión. El 11 de septiembre de 2001, McIntyre, corresponsal permanente de la CNN en el Pentágono, reporta en vivo que ningún avión se había estrellado contra el edificio. Posteriormente habrá de retractarse para convertirse en uno de los defensores de la versión gubernamental. En cuanto a la memoria colectiva, ya se sabe que es selectiva y que retiene únicamente –me refiero al público– lo que oye o lee en los medios de prensa. Y los medios estadunidenses, a pesar de tenernos acostumbrados a un mejor desempeño, sólo hicieron su trabajo durante los dos, tres o cuatro días posteriores a los atentados. Lo dice el propio Walter Pinkus, del Washington Post, uno de los veteranos más curtidos de la profesión. Hubo un tránsito muy rápido hacia la perorata controlada por el gobierno. Lo dramático es que se habla ante todo de las dos torres gigantes que se habían derrumbado y de los 3 mil muertos. Tuvo que pasar, en efecto, mucho tiempo antes de que se admitiera que el derrumbe del edificio siete tenía una importancia fundamental, y que era incluso el talón de Aquiles de la versión (del gobierno de) Bush. Hoy en día, toda la gente que tiene que ver con el tema sabe eso. Pero es verdad que tuvo que pasar mucho tiempo. A pesar de eso, todavía hoy, cuando usted pregunta de pronto en una conversación con un grupo de personas, en sociedad, “¿cuántos edificios se cayeron el 11 de septiembre?”, nueve de cada 10 respuestas será “dos”. En cuanto al incendio en el anexo de la Casa Blanca y la utilización de los códigos presidenciales, quizá sea un poco temprano todavía. No porque se trate de información sin importancia, todo lo contrario, sino porque, como dicen, puede ser que haya que darle tiempo al tiempo.

—No son ésos los únicos hechos que han caído en el olvido. ¿Sabía usted que ninguno de los magnates que tenían sus oficinas en el World Trade Center se encontraba allí aquel día porque estaban en Nebraska, precisamente en la base militar de Offutt, donde Bush se unió a ellos al mediodía? Esa información no estaba en mi libro. La publiqué poco después en el principal diario español, El Mundo, que es también mi editor en España. ¿Por qué la gente sigue sin querer tomar en cuenta todos los hechos?

—Sí, supe que cierto número de “consejos de administración” fueron “descentralizados” del World Trade Center aquel día… lo cual es un elemento realmente importante, sobre todo junto con la información que usted menciona. En eso también creo que cuando la máquina se ponga en marcha –y a mí me parece que está empezando a moverse– todo eso saldrá a la luz. Por mi parte, yo tomé una decisión con mi libro: la de contar lo que realmente sucedió el 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington, en función de lo que hoy es materia de consenso y con elementos irrefutables que el lector puede verificar por sí mismo. Digamos que creo haber redactado una obra de “sensibilización” sobre lo más espectacular que la gente recuerda de aquellos hechos. Y, según las primeras reacciones que he podido conocer, hay muchos que se han quedado muy sorprendidos. Todo eso es muy duro de admitir, pero es real. Se trata de una etapa. Como yo le decía hace un instante, lo demás tiene que venir detrás; pero es bueno tener todo esto en mente.

—Su libro nos muestra que, aunque algunas instituciones defienden aún la versión gubernamental sobre los atentados o algunos expertos apoyan en general las conclusiones (de esa versión), ningún profesional se arriesga ya a defender ningún aspecto en particular. Por ejemplo, se sigue diciendo que Al Qaeda atacó el Pentágono, pero ya ningún experto se atreverá a decir que identificó los restos de un Boeing en el lugar del crimen. O se habla, e incluso se lleva a la pantalla de cine, la rebelión de los pasajeros del avión desaparecido en Pensilvania, pero ya ningún experto se atreve a citar como auténticas las llamadas telefónicas en las que los pasajeros supuestamente dejaron testimonio de esa rebelión. ¿Cómo explica usted que sigan aferrándose a la versión gubernamental cuando no existe ya ningún elemento que la corrobore?

—Yo creo que simplemente no pueden hacer otra cosa. Yo digo en mi libro que la posición de esa gente se ha hecho ya absolutamente insostenible, pero ¿qué alternativa les queda? Ninguna que no sea persistir en la negación o, en el caso de algunos, ser condenados a varios cientos de años de cárcel. Además, eso es exactamente lo que está pasando: ya nadie se arriesga a defender un punto específico (de la versión oficial). Vi un documental sobre el vuelo 93 y sus numerosas llamadas telefónicas. Es posible que el realizador lo haya hecho de buena fe. Su documental es anterior al proceso contra Moussaoui, donde el propio FBI, al tener que presentar los informes sobre esas conversaciones telefónicas, explicó que en 2001 era técnicamente imposible llamar a tierra con un teléfono celular desde la altitud a la que se encontraba el vuelo 93. Así que, después de una confesión de esa magnitud, es muy difícil encontrar un “experto” que se atreva a discutir eso. No tiene nada de sorprendente que los partidarios de la versión oficial se sigan aferrando a ella a pesar de estar irremediablemente atrapados por pruebas como ésa. En cambio, que los medios de prensa que disponen de esas informaciones mantengan ese juego, ya perdido de antemano, sí resulta mucho más sorprendente –si se quiere considerar esa posición como sorprendente–. Aunque he notado, en los cuatro o cinco últimos meses, algunos síntomas, intermitentes pero perceptibles, en algunos colegas.

—Usted puso especial cuidado en recapitular hechos sin ofrecer ninguna interpretación. Tres hipótesis se distinguen a menudo: o la administración de Bush no tenía conocimiento previo de los atentados o tenía conocimiento pero permitió que se perpetraran, o está implicada en su realización. ¿Cómo se sitúa actualmente la opinión pública en Estados Unidos?

—La posición de los Trutherts, como David Ray Griffin, uno de sus inspiradores, con quien tuve la oportunidad de reunirme, es muy clara: “It’s an inside job”, me dijo sin pestañear. Es decir que se trata de un golpe preparado desde adentro, la tercera hipótesis que usted menciona. Estábamos solos, tomando un café, y me impresionó esa confidencia porque venía de un hombre tan preciso como prudente y astuto en sus declaraciones públicas. Aunque dejo casi siempre que mi lector se forme su propia opinión, tengo que decir que mi convicción al cabo de años de estudios sobre este tema es que la administración de Bush estaba perfectamente al corriente de lo que iba a suceder. No son pruebas lo que hace falta. Pero también un sector de esa administración –del lado de los neoconservadores, claro está– había “acompañado” los atentados. No me imagino a un grupo de islamistas manejando toneladas de nanotermita e instalándolas a su gusto por los tres edificios destruidos. Pero la convicción de Griffin me impresionó, porque yo sé que él tiene mucho que escribir aún sobre el tema, y que tiene informaciones de primera mano.

—En Estados Unidos, el Movimiento por la Verdad sobre el 11 de septiembre de 2001 reclama la “reapertura de una investigación”. Esos ciudadanos estadunidenses parecen pensar que se trata de un hecho de crónica roja que pudiera ser juzgado algún día por tribunales civiles y que la razón de Estado no existe. Sin embargo, sea cual sea la interpretación que podamos dar a esos hechos, está claro que esos atentados no sólo rebasan el marco del derecho nacional estadunidense, sino que caen en el campo del derecho internacional, y que la administración de Bush ha hecho de todo para esconder la verdad, ya sea directamente o a través de la comisión investigadora presidencial. ¿Qué significa entonces ese reclamo de una investigación judicial?

—Yo soy exactamente de la misma opinión que usted. Lo sucedido el 11 de septiembre no fue otra cosa que la fabricación de una justificación para emprender operaciones ya planificadas contra Afganistán y, después, contra Irak. Y en mi opinión, ese tipo de cosas cae dentro de la jurisdicción de un tribunal penal internacional. También pienso que los líderes del Movimiento por la Verdad tienen en mente eso mismo desde hace tiempo. Pero, mientras tanto, los cientos de miles de Truthers anónimos tienen, por su parte, sus propias cuentas que saldar en el terreno judicial y han trabajado como locos para eso: abrir una nueva investigación nacional, lograr que sean condenados todos los que mataron o dejaron matar a 3 mil estadunidenses. Es evidente que eso puede ser un inicio ideal para pasar a una fase internacional, pero también es cierto que se corre el riesgo de que se convierta en una etapa muy, muy larga. ¿A pesar de ello, piensan los líderes de los Truthers insistir en ese sentido antes de una nueva investigación seguida de grandes juicios? Me parece que no es imposible. Y, en todo caso, nada se opone a una acción de ese tipo, dados los argumentos y pruebas de los que actualmente disponen.

—El 11 de septiembre es un hecho estadunidense de consecuencias mundiales. Usted prefirió tratar ampliamente el Movimiento por la Verdad en Estados Unidos y dedicar unos pocos párrafos a las reacciones en el resto del mundo. ¿Significa eso que lo único importante o creíble es lo que pasa en el corazón del imperio?

—Por supuesto que no. Yo escribí este libro precisamente porque los hechos mundiales que fueron consecuencia del 11 de septiembre me parecen absolutamente insoportables. Simplemente, adopté como punto de vista el que en Francia no se conoce suficientemente la génesis de este catastrófico principio del tercer milenio. En la Europa francófona, en particular en Francia, sólo se habla de aquel hecho a través del anatema, del insulto y la imprecación. Yo quise proporcionar elementos que sirvan de base a una discusión sana, entre adultos, sobre un hecho que cambió totalmente el mundo. Así que es muy evidente que yo observo con la mayor atención lo sucedido y lo que está sucediendo, la intrusión en el Medio Oriente y los próximos blancos del plan, Rusia y China, por ejemplo. Traté de poner a la gente al tanto de lo que realmente sucedió el 11 de septiembre de 2001. Ahora es probable que me dedique a estudiar otros aspectos del problema. Hay tanto que escribir…

Thierry Meyssan

Analista político francés. Fundador y presidente de laRed Voltaire y de la conferencia Axis for Peace. Última obra publicada en español: La gran impostura II. Manipulación y desinformación en los medios de comunicación (Monte Ávila Editores, 2008)


Fuente: http://www.voltairenet.org/article162401.html


martes, 6 de octubre de 2009

-GUERRA CIVIL: LA ADMINISTRACION DE EE.UU QUIERE CONVERTIR A PAKISTAN EN UN ESTADO DEFICIENTE Y CAOTICO

Por Rashid Zubair

El ejército pakistaní, bajo control estadounidense, trató de aplastar a los talibanes en el ex principado de Swat. Los combates, extremadamente imprecisos, han provocado el éxodo de 2 millones de personas. Según Rachid Zubair, los talibanes de Swat representan principalmente la rebelión de los pobres, pero la estrategia estadounidense los utiliza como pretexto para provocar una guerra civil y justificar la confiscación de las armas atómicas pakistaníes.



En el momento de la caída del gobierno de Musharraf, hace más de un año, muchos pakistaníes esperaban el comienzo de una nueva era política, pero sufrieron una amarga decepción.

Entre las razones esenciales de la impopularidad del gobierno de Musharraf se encontraban su servilismo hacia Estados Unidos y la destitución del juez supremo de Pakistán, Iftikhar Chaudhry.

Pero el actual gobierno tampoco ha mostrado respeto por el mandato popular, rompiendo además todos los records de sumisión hacia Estados Unidos. El gobierno del PPP (Pakistan People’s Party o Partido del Pueblo Pakistaní) llegó incluso a utilizar blindados y aviones contra su propio pueblo en el norte de Pakistán, cosa que ni el mismo Musharraf se había atrevido a hacer cuando estaba en el poder.

El PPP también aprobó los ataques de aviones estadounidenses sin piloto, que han costado la vida a cientos de pakistaníes. Según declaraciones oficiales, y de los propios estadounidenses, varios combatientes de al-Qaeda resultaron muertos, pero no se han proporcionado pruebas de ello. Y de ser cierto, éstos eran tan insignificantes que ni siquiera figuraban en los listados del FBI.

Según informaciones de origen estadounidense, los aviones sin piloto partieron del propio territorio pakistaní, lo cual ha sido confirmado por el ministerio pakistaní de Defensa, mientras que el de Relaciones Exteriores lo niega. Tales contradicciones han resquebrajado la confianza de la población en el gobierno del PPP. Ya antes de la escalada de la violencia de mayo, alrededor de 12 000 pakistaníes, civiles en su totalidad, habían perdido la vida en ataques pakistaníes o estadounidenses.

También antes de esta escalada, Pakistán contaba ya 800 000 refugiados provenientes del interior del país, la mayoría de ellos con una atención insuficiente. La extensión del conflicto convirtió el drama de los refugiados en una verdadera catástrofe.

El presidente Zardari ha obtenido todos los poderes especiales, entre otros el derecho de disolver el Parlamente cuando le parezca conveniente. Por un lado, millones de pakistaníes son víctimas del alza de precios en el sector energético así como del alza de precios generalizada mientras que el gobierno cuenta no menos de 60 ministros, lo cual indica, por otra parte, que está tratando de satisfacer a todos los miembros de la coalición y los colegas del partido a expensas del pueblo.

La situación en el valle de Swat

Los medios occidentales venían insinuando desde hace tiempo que el gobierno pakistaní había dejado el valle de Swat en manos de los talibanes, lo cual no es precisamente exacto. Para entender mejor la situación, hay que remontarse a su génesis.

Hasta 1969, la región de Swat contó con una administración autónoma de tipo islámico (sharia). La población estaba satisfecha con aquella situación ya que garantizaba la adopción de decisiones rápidas y equitativas. Luego de su incorporación a Pakistán [mediante la disolución del Principado, en 1969. NdR.], la región de Swat no disponía ya de ningún sistema jurídico funcional.

En 1989, el mulah Soufi Mohammed pidió el restablecimiento de la sharia, demanda que contó con el apoyo de gran parte de la población. El movimiento del mulah Soufi Mohammed no era de carácter militante y sobrevivió a dos gobiernos sucesivos. El mulah ayudó a dos gobiernos laicos convenciendo a varios grupos armados, igualmente partidarios de la sharia, de no alzarse en armas contra las fuerzas de seguridad gubernamentales. También obtuvo la liberación de importantes rehenes y contribuyo a que se levantara el bloqueo de importantes carreteras y de aeropuertos. En ambas ocasiones, se le prometió el restablecimiento de la sharia, a cambio de su cooperación. Pero aquellas promesas no se concretaron.

Posteriormente, se desencadenó el ataque de Estados Unidos contra Afganistán y Soufi Mohammed se fue a aquel país para luchar contra la ocupación. A su regreso fue encarcelado por el gobierno de Pervez Musharraf. En 2008, el nuevo gobierno, dirigido por el ANP (Awami National Party), lo liberó como prueba de buena voluntad.

Durante el cautiverio de Soufi Mohammed, el yerno de éste último, un ex ascensorista, tomó el control del movimiento. Mediante las armas, trató de imponer una administración paralela en el valle de Swat, dando lugar a varios meses de conflicto con las fuerzas nacionales de seguridad, enfrentamiento que causó numerosas víctimas entre la población civil. Soufi Mohammed no apoyó las acciones de su yerno, pero tampoco pudo influir en el curso de los acontecimientos. El gobierno del ANP rogó entonces a Soufi Mohammed que restableciera la paz en la región de Swat a cambio de la reintroducción de la sharia, también deseada por la población, como lo demostraron las masivas manifestaciones del 12 de enero de 2008.

Por su parte, Soufi Mohammed prometió desarmar a los militantes talibanes, restablecer la autoridad del Estado pakistaní y no crear ningún tipo de administración y jurisdicciones paralelas. A partir de la adopción de aquel acuerdo, la vida volvió a la normalidad en la región de Swat. Las escuelas y mercados populares se mantenían abiertos, la vida había retomado su ritmo cotidiano.

Estados Unidos ante los talibanes: el doble rasero

La OTAN y Estados Unidos se mostraron reticentes, pero el jefe del ANP, Asfan Yar Wali, defendió el acuerdo y el gobierno del distrito subrayó que se trataba de un arreglo totalmente legal. El jefe del gobierno del distrito, Hoti, amenazó con presentar su dimisión si Islamabad se oponía al acuerdo. El primer ministro Nawas Sharif y el ministro del Interior de la época de Musharraf advirtieron sobre las desastrosas consecuencias que podían derivarse de una violación de los acuerdos adoptados. El vocero del ejército pakistaní declaró que la situación en Swat estaba evolucionando de manera positiva.

Muchos pakistaníes no entienden la política de «doble rasero» que aplican los estadounidenses cuando se trata de los talibanes. Cuando son ellos quienes negocian directamente con los talibanes, es legal. Pero si lo hace el gobierno pakistaní, es casi una traición.

Hamid Mir, conocido periodista pakistaní y colaborador de Geo, el más popular de los canales privados, escribió, el 23 de febrero de 2008, en el diario Jang: «Las residencias de la familia [heredera] del principado de Swat permanecen vacías y abandonadas, pero Musrat Begur, una viuda miembro de la familia, vive con su servidor en un rincón del palacio. Da albergue a mujeres sin techo y necesitadas. La llaman «la madre de Swat».

La sharia no le da miedo. Mi conversación con ella me dejó la impresión de que era favorable a los talibanes. Lo mismo me sucedió con Ghulam Faroog, el editor del diario regional Chamal. Le pregunté por qué la población de Swat era en su mayoría favorable a los talibanes y hostil al ejército pakistaní. Los talibanes provienen de la capa oprimida de la población, o sea de entre ellos mismos [los pobladores]. Los ricos son hostiles a los talibanes, porque éstos últimos son parte de “la gente de a pie”.

La chispa que provocó la rebelión contra los ricos, a los que la gente llama los khawanines (los nobles), data de los años 1970. Fue por temor a los disturbios que el administrador de aquella época incorporó Swat a Pakistán. Esta conversación me recordó la novela, publicada en 2003, que Ahmed Bachir escribió sobre Swat. En ella podemos leer, en la página 763: «Los pobres de Swat están dispuestos a luchar hasta la muerte. Cuando empiece su lucha, varias organizaciones aparecerán por sí mismas.»

Ahmed Bachir no sabía que aquella organización tendría por nombre «los talibanes». Yo tuve la oportunidad de ver con mis propios ojos varios campos de batalla. Aunque disponía de artillería pesada, de blindados y de aviones de combate, el ejército pakistaní no pudo imponerse ante los talibanes. Los habitantes de Swat estaban cansados de las injusticias que duraban desde hacía años y la política de agresión de los estadounidenses añadió leña al fuego. La explosiva mezcla de cólera contra la injusticia y de odio contra los estadounidenses dio lugar a la aparición de un movimiento extremista de resistencia.»

Agentes extranjeros disfrazados de talibanes

Lo anterior aporta una de las posibles respuestas a la interrogante de los medios estadounidenses: «¿Cómo es posible que 12 000 soldados pakistaníes no hayan podido imponerse a 3 000 insurgentes?» Otra respuesta puede encontrarse en las declaraciones del mayor Athar Abbas, vocero del ejército pakistaní: «Detrás de los disturbios del valle de Swat y las zonas tribales vecinas hay servicios secretos extranjeros que arman y financian a los extremistas.

Según el diario Jang, fuerzas de seguridad pakistaníes han arrestado en las zonas tribales a 200 agentes extranjeros disfrazados de talibanes. Muchos pakistaníes se preguntan por qué hay 29 consulados de países vecinos en la zona fronteriza pakistaní-afgana. Eso explicaría también el gran número de actos de crueldad imputados a los talibanes. No está excluido que muchas de las atrocidades cometidas contra las fuerzas de seguridad tengan como objetivo vengar a familiares víctimas del asalto de la Mezquita Roja o de los ataques pakistaní-estadounidenses.»

La mayoría de los pakistaníes no ven la supuesta «guerra contra el terrorismo» como propia sino como una guerra estadounidense que se libra a través de ellos. Mientras el gobierno pakistaní esté a las órdenes de Estados Unidos, no habrá paz. Los estadounidenses quieren desestabilizar Pakistán. Es necesario que se considere a Pakistán como un Estado deficiente, para quitarle entonces su arsenal nuclear. El ejército estadounidense ya tiene incluso una unidad especial encargada de cumplir esa misión.

Swat vivió un breve período de paz. En el pasado hubo varios acuerdos de paz con los talibanes en diferentes zonas, pero fracasaron rápidamente por causa de «incidentes». Ahora, la guerra se ha desatado nuevamente. Y se acusa a los talibanes de ser los culpables, pero eso es lo que se dice en los círculos gubernamentales y no hay libertad de información.

Admitiendo que los talibanes sean los culpables, las víctimas de las operaciones militares siguen siendo los miembros de la población. La población pedía que se restableciera la sharia, pero quería que lo hiciera el gobierno, no los talibanes. El gobierno no quería autorizar a los talibanes a instaurar una administración paralela, pero no logra impedirlo con la simple fuerza de las armas. Se necesitaría para ello una estrategia multilateral y un consenso nacional, y el gobierno de Zardari no dispone de ninguna de las dos.

Los medios han anunciado, por ejemplo, que «los talibanes estaban a las puertas de Islamabad» o que «armas nucleares pudieran caer en manos de los talibanes», lo cual no es más que una patraña.

Lo cierto es que los talibanes sólo controlan un 3,4% de Pakistán. La población de las zonas tribales no representa más que un 2% de la población total de Pakistán, y no se compone únicamente de talibanes. Los 2,5 millones de personas que pueblan las zonas tribales –que no son solamente talibanes– no puedan controlar a 157 millones de pakistaníes.

Los pakistaníes jamás aceptarían un Islam como el que predican los talibanes. En cuanto a las bombas atómicas, no se trata de petardos de fin de año que cualquiera pueda meterse en un bolsillo. Para manejar 80 ojivas nucleares se requieren 70 000 hombres, entre ellos varios miles de científicos.

El espectro talibán no es más que un pretexto. Es otro el objetivo de los estadounidenses. Prueba de ello es que, durante los últimos días de su gobierno, el general Musharraf se quejó de que el ISI (servicios secretos pakistaníes. NdT.) había informado a Estados Unidos sobre los diversos lugares donde se encontraba Baitullah Mehsud, el jefe de los talibanes, sin que los estadounidenses hicieran nada contra él.

El ministro pakistaní del Interior ha dicho que los extremistas están siendo armados y financiados por Afganistán. Pero la pregunta clave es la siguiente: ¿Quién arma y financia a los talibanes en Afganistán? Nadie puede saber a ciencia cierto lo que Estados Unidos está tramando en secreto. Lo que sí es seguro es que la población está pagando los platos rotos. La fuerza de las armas nunca resolverá los problemas de la región.


Fuente: Artículo publicado en Horizons et débats el 1º de junio de 2009.

Traducido al español por la Red Voltaire a partir de la versión francesa de Michele Mialane.

Fuente: http://www.voltairenet.org/article162391.html

domingo, 4 de octubre de 2009

-OBAMA EL PRISIONERO DE LA CASA BLANCA


Obama y la estructura del poder en EEUU

Por Max Lesnik*

La afirmación pudiera parecer una exageración. Pero en realidad el presidente de los Estados Unidos Barack Obama se encuentra encerrado dentro de un círculo del cual para salirse, tendrá que romper con puños de acero la estructura férrea creada por los tradicionales centros de poder que desde hace años controlan todas las decisiones de los presidentes norteamericanos que han pasado por la mansión ejecutiva.



La afirmación pudiera parecer una exageración. Pero en realidad el presidente de los Estados Unidos Barack Obama se encuentra encerrado dentro de un círculo del cual para salirse, tendrá que romper con puños de acero la estructura férrea creada por los tradicionales centros de poder que desde hace años controlan todas las decisiones de los presidentes norteamericanos que han pasado por la mansión ejecutiva.

Dice un refrán muy popular por cierto entre los cubanos, que las palabras se las lleva el viento. Y las promesas también. Es cierto que el presidente Barack Obama despertó las esperanzas de las grandes mayorías nacionales de su país, cuando frente a viento y marea levantó a lo largo de su campaña presidencial una serie de proposiciones que despertaron las más grandes expectativas en el pueblo norteamericano.

Hombre culto e inteligente que no pertenecía a las élites de poder- y sin compromisos con estas- hizo pensar a muchos que él era el hombre indicado para sacar al país de la profunda crisis, que había llevado a la nación norteamericana por un despeñadero, que al final serviría de tumba a la nación. La batalla presidencial, primero por alcanzar su postulación, y después la victoria frente a los Republicanos, no fue una tarea fácil para Obama.

Tenía que imponerse a poderosos intereses políticos y a grandes prejuicios raciales. Pero el discurso político del candidato Demócrata arrastró detrás de él, no sólo a los tradicionales miembros de su Partido sino que también atrajo a las minorías hispana y negra, a lo que se agregó la nueva generación de jóvenes norteamericanos que andaban en busca de alguien distinto a los políticos tradicionales de ambos Partidos.

Sus promesas de campaña sintonizaban con el sentir del país. Terminar con la guerra insensata desatada por Bush en Irak. Ordenar la salida de los soldados norteamericanos de ese país ocupado. El cierre de la cárcel establecida en la base naval de Guantánamo. La solución del conflicto militar en Afganistán. Y la negociación dialogada de las diferencias con los países adversarios, fuera Irán, Corea del Norte Venezuela o Cuba, fue también una promesa de su campaña presidencial.

Si bien es cierto que las medidas económicas tomadas por la nueva administración han servido para paliar el desastre financiero heredado de los Republicanos de Bush, sin embargo quedan pendientes las anteriores promesas no cumplidas hasta ahora por el joven negro mandatario norteamericano.

En cuanto a Cuba, no basta con levantar las restricciones de viajes de los cubanos residentes en Estados Unidos. Eso como un comienzo, está bien. Pero no basta. ¿Por qué no sentarse a discutir con el gobierno cubano todas y cada una de las diferencias que separan a las dos naciones? ¿Por qué el presidente no ha dado pasos más decididos y firmes para avanzar por el camino que conduzca a cumplir las promesas que le hizo al pueblo norteamericano a lo largo de su campaña presidencial?

La respuesta hay que buscarla más allá que en la falta de voluntad del presidente. La respuesta hay que buscarla en el círculo de hierro que rodea al joven mandatario negro norteamericano. Ahí está la clave. De manera que hasta que el presidente no tome la firme resolución de romper el cerco que le tiene prisionero, no podrá decirse que en la Casa Blanca hay ahora alguien bien distinto a todos los demás que han pasado por el cargo de Primer Mandatario de la nación norteamericana.

Romper el círculo de hierro, ese es el problema. Mientras tanto, todo seguirá igual. Nada habrá cambiado. Pero algo nos queda. Nos queda la esperanza.

Max Lesnik

Periodista cubano sus notas aparecen en La columna de Max. Residente en Estados Unidos desde hace muchos años. Gran conocedor de las relaciones cubano-estadounidenses, dirige un programa en Radio Miami.

Fuente: http://www.voltairenet.org/article162345.html

sábado, 3 de octubre de 2009

-¿QUE PAPEL JUGÓ LA RELACION EEUU-ISRAEL EN EL 11-S?


por Jeff Gates*

Analizando todos los factores que han estado implicados en los trágicos sucesos del 11 de septiembre de 2001, reflexionando con una mayor perspectiva fuera de la emoción de los hechos y sobre a todo, gracias a los múltiples aportes investigativos interdisciplinarios de profesionales independientes, es que las verdaderas causas de esta terrible manipulación van siendo conocidas de la opinión pública internacional.


El día de los ataques del11-S, preguntaron al ex primer ministro israelí Benjamin Netanyahu qué significado tendría el ataque para las relaciones EEUU-Israel. Su rápida respuesta fue: «Muy bueno. Pues, no es bueno, pero generará simpatía inmediata (para Israel)».

Las guerras de los servicios de inteligencia se basan en modelos matemáticos para anticipar la respuesta del «blanco» a provocaciones escenificadas. Así las reacciones se hacen previsibles – dentro de un espectro aceptable de probabilidades. Cuando el matemático israelí Robert J. Aumann http://www.voltairenet.org/article130115.html recibió el Premio Nobel 2005 de economía, reconoció que «toda la escuela de pensadores que hemos desarrollado aquí en Israel” ha convertido a “Israel en la principal autoridad en ese campo».

Con una provocación bien planificada, la reacción anticipada puede incluso convertirse en un arma en el arsenal del agente provocador. Como reacción al 11-S ¿cuán difícil sería prever que EEUU recurriría a sus fuerzas armadas para vengar ese ataque? Con información amañada, ¿cuán difícil sería reorientar esa reacción para librar una guerra planificada hace tiempo contra Irak – no en función de los intereses de EEUU sino para impulsar la agenda del Gran Israel?

El componente emocionalmente desgarrador de una provocación juega un papel clave en el campo de los planificadores de guerras usando la teoría de los juegos en el cual Israel es la autoridad. Con el asesinato televisado de 3.000 estadounidenses, el modo de pensar compartido de choque, tristeza e indignación hizo más fácil que los responsables políticos de EEUU creyeran que un Malhechor conocido en Irak era el responsable, sin que importaran los hechos.

El desplazamiento estratégico de hechos con creencias inducidas, por su parte, requiere un período de «preparación de la actitud mental» para que «el blanco» ponga su fe en una ficción pre-escenificada. Los que indujeron la invasión de Irak en marzo de 2003, comenzaron más de una década antes a «colocar hilos mentales» y a crear asociaciones mentales que impulsaran un plan.

Notable entre esos hilos fue la publicación en 1993 en Foreign Affairs de un artículo del profesor de Harvard Samuel Huntington. http://www.voltairenet.org/article123077.html Para cuando su análisis apareció en forma de libro en 1996 como «El choque de civilizaciones», más de 100 académicos y think-tanks estaban listos para promoverlo, preparando un «consenso de choque» cinco años antes del 11-S.

También fue publicado en 1996, bajo la conducción de Richard Perle: «A Clean Break: A New Strategy for Securing the Realm» ["Un cambio nítido: una nueva estrategia para asegurar el territorio nacional"] (es decir Israel). Miembro desde 1987 del Comité para la Política de Defensa de EEUU, el auto-declarado sionista se convirtió en su presidente en 2001.

Como asesor clave del primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, el alto puesto de Perle en el Pentágono ayudó a crear el fundamento necesario para remover a Sadam Hussein como parte de una estrategia para un Gran Israel, un tema clave de «A Clean Break» publicado cinco años antes del 11-S.

Un asesinato masivo, artículos, libros, think-tanks y conocedores del Pentágono sin embargo, no bastan para administrar las variables en un modelo de juego de guerra «probabilista». También se necesita responsables políticos que lo apoyen para prestar la apariencia de legitimidad y credibilidad a una operación justificada por inteligencia fijada alrededor de un plan predeterminado.

Ese papel fue cumplido con empeño por los senadores John McCain, Joe Lieberman, judío sionista de Connecticut, y Jon Kyl, cristiano sionista de Arizona, que patrocinaron en conjunto la Ley de Liberación de Irak de 1998. Haciéndose eco de la agenda de Tel Aviv en «A Clean Break», su ley estableció un hilo mental más en el modo de pensar público al pedir la remoción de Sadam Hussein tres años antes del 11-S.

Esa legislación también asignó 97 millones de dólares, en gran parte para promover esa agenda sionista. Distraído por elecciones al Congreso a mitad de período y por recursos de recusación por un oportuno affaire presidencial con la pasante en la Casa Blanca, Monica Lewinsky, Bill Clinton convirtió esa agenda en ley el 31 de octubre de 1998 – cinco años antes de la invasión dirigida por EE.UU. que derrocó a Sadam Hussein.

Después del 11-S, John McCain y Joe Lieberman se hicieron inseparables compañeros de ruta y propugnadores incontenibles de la invasión de Irak. Pareciendo «presidencial» a bordo del portaaviones USS Theodore Roosevelt en enero de 2002, McCain estableció un nuevo hilo crucial cuando agitó un gorro de almirante, mientras proclamaba junto a Lieberman: «¡Vamos a Bagdad!»

Mediante el engaño

El descaro con el que progresó esa estrategia de teoría de los juegos a plena vista pudo ser visto en la conducta del secretario adjunto de Defensa, Paul Wolfowitz, otro sionista conocedor del círculo íntimo. Cuatro días después del 11-S, en una reunión de personalidades importantes en Camp David, propuso que EEUU invadiera Irak. En aquel entonces, la inteligencia disponible todavía no apuntaba a una participación iraquí y se suponía que Osama bin Laden estaba oculto en una región remota de Afganistán.

Frustrado porque el presidente George H.W. Bush no quiso remover a Sadam Hussein durante la Guerra del Golfo de 1991, Wolfowitz propuso una Zona de No Vuelo en el norte de Irak. Al llegar el año 2001, el Mossad israelí había tenido agentes trabajando durante una década en la ciudad norteña iraquí de Mosul. Informes de inteligencia sobre vínculos iraquíes con al-Qaeda también provinieron de Mosul – informes que posteriormente resultaron ser falsos. Mosul volvió a aparecer en noviembre de 2004 como centro de la insurgencia que desestabilizó Irak.

Esa reacción imposibilitó la rápida salida de fuerzas de la coalición prometida en testimonio ante el Congreso por el importante planificador de la guerra, Wolfowitz.

La fuente común de la inteligencia amañada que indujo a EEUU a la guerra en Irak todavía tiene que ser reconocida, aunque expertos en inteligencia están de acuerdo en que un engaño en semejante escala necesitó una década para planificar, dotar de personal, preparar, orquestar y, hasta la fecha, encubrir. Los dos dirigentes del informe de la Comisión del 11-S admitieron que miembros de la Comisión impidieron que escucharan testimonio sobre la motivación del 11-S: la relación EEUU-Israel.

Las ficciones aceptadas como verdades generalmente aceptadas incluyeron las armas de destrucción masiva de Irak, vínculos iraquíes con al-Qaeda, reuniones iraquíes con al-Qaeda en Praga, laboratorios móviles iraquíes de armas biológicas y compras iraquíes de «yellowcake» de uranio de Níger. Sólo este último caso fue admitido como engañoso en el marco de tiempo relevante. Se reveló sólo después del inicio de la guerra que todo el resto era falso, deficiente o amañado. Un intento de encubrir la historia del yellowcake llevó al procesamiento federal del jefe de gabinete del vicepresidente, Lewis Libby, otro entendido sionista bien posicionado.

¿Incluyó también la orquestación previa modelada según la teoría de los juegos la provocación israelí que condujo a la Segunda Intifada? Una intifada es un levantamiento o, literalmente, «zafarse» de un opresor.

La Segunda Intifada en Palestina comenzó en septiembre de 2000 cuando el primer ministro de Israel, Ariel Sharon, encabezó una marcha armada al monte del Templo de Jerusalén un año antes del 11-S.

Después de un año de calma durante el cual los palestinos creyeron en las perspectivas de paz – los atentados suicidas recomenzaron después de esa extraordinaria provocación. Como reacción ante el levantamiento, Sharon y Netanyahu señalaron que los estadounidenses comprenderían la situación difícil de los victimizados israelíes sólo cuando «sientan nuestro dolor». Pero ambos dirigentes israelíes sugirieron que ese modo de pensar compartido (“sientan nuestro dolor”) requeriría en EEUU un recuento de víctimas ponderado de 4.500 a 5.000 estadounidenses víctimas del terrorismo, el cálculo inicial de los que murieron en las torres gemelas del World Trade Center de Nueva York un año después.

¿La valkiria estadounidense?

Cuando tiene éxito la teoría de los juegos de guerra, fortalece al agente provocador mientras deja al blanco desacreditado y agotado por la reacción anticipada a una provocación hecha en el momento adecuado. Según los estándares de la teoría de juegos, el 11-S fue un éxito estratégico porque EEUU apareció irracional en sus reacciones – la invasión de Irak que provocó una mortífera insurgencia con consecuencias devastadoras tanto para Irak como para EEUU.

http://www.voltairenet.org/article123016.html

Esa insurgencia, por su parte, fue una reacción fácilmente modelada ante la invasión de una nación que (a) no jugó ningún papel en la provocación, y (b) de la que se sabía que estaba poblada por tres sectas en conflicto desde hace tiempo, donde una paz inestable era mantenida por un ex aliado de EEUU quien fue rebautizado como el Malhechor. A medida que aumentaba el coste en sangre y dinero, http://www.voltairenet.org/article136827.html EEUU se sobre-extendió militar, financiera y diplomáticamente.

Mientras “«el blanco» (EEUU) aparecía en primer plano, el agente provocador se desvanecía en el fondo. Pero sólo después de dinámicas catalizadoras que continuamente vaciaban a EEUU de credibilidad, recursos y resolución. Esta victoria «probabilista» también provocó cinismo, inseguridad, desconfianza y desilusión generalizados junto con una capacidad declinante para defender sus intereses debido a la duplicidad de un enemigo interior experto en la teoría de los juegos.

Mientras tanto, el público estadounidense cayó bajo un régimen de supervisión, vigilancia e intimidación presentado como seguridad «de la patria». Esa operación interior incluso presenta indicios retóricos de una «patria» de la Segunda Guerra Mundial con señales obvias de un fuerza extraña a EE.UU. con su adopción bienvenida de la disensión abierta.

¿Se quiere que esta operación proteja a los estadounidenses o que ampare contra los estadounidenses a los responsables de esta operación de personas de dentro con acceso a información privilegiada?

Al manipular el modo de pensar compartido, los expertos planificadores de guerras mediante el uso de la teoría de los juegos pueden librar batallas a plena vista y en múltiples frentes con recursos mínimos. Una estrategia probada: Presentarse como aliado de una nación bien armada predispuesta a desplegar sus fuerzas armadas como reacción ante un asesinato masivo. En este caso, el resultado desestabilizó Iraq, creando crisis que podían ser explotadas para obtener una ventaja estratégica al expandir el conflicto a Irán, otro objetivo clave de Israel anunciado en «A Clean Break» – siete años antes de la invasión de Irak.

¿Qué nación se benefició del despliegue de fuerzas de la coalición en la región? El resultado actual, matemáticamente modelable, debilitó la seguridad nacional de EEUU al sobre-extender sus fuerzas armadas, desacreditar su dirigencia, degradar su condición financiera y deshabilitar su voluntad política. En términos de teoría de juegos, esos resultados fueron «perfectamente previsibles» – dentro de una gama aceptable de probabilidades.

En la asimetría que tipifica la actual guerra inconvencional, los que son pocos en cantidad tienen que librar la guerra mediante el engaño, no de modo transparente y con medios que influyan en su impacto.

¿Qué nación si no Israel se ajusta a esa descripción?

¿Traición a plena vista?

Los planificadores de guerras usando la teoría de los juegos manipulan el entorno mental compartido conformando percepciones y creando impresiones que se convierten en opiniones de consenso. Con la ayuda de crisis bien calculadas, los creadores de políticas se alinean con una agenda predeterminada – no porque sean Malhechores o «imperialistas» sino porque el modo de pensar compartido ha sido precondicionado para que reaccione no a los hechos sino a emociones manipuladas y creencias consensuales. Sin el asesinato de 3.000 personas el 11-S, ahora la credibilidad de EE.UU. no estaría dañada y la economía de EE.UU. estaría en mejores condiciones.

Pero el desplazamiento continuo de hechos con los cuales «el blanco» puede ser inducido a creer, los pocos dentro de los pocos amplifican el impacto de su duplicidad. Mediante la manipulación del modo de pensar del público, los planificadores de guerras mediante la teoría de los juegos pueden derrotar a un oponente con recursos vastamente superiores induciendo las decisiones que aseguran su derrota.

Las guerras de inteligencia son libradas a plena vista y bajo la cobertura de creencias ampliamente compartidas. Al manipular la opinión consensual, esas guerras pueden ser ganadas desde el interior induciendo a un pueblo a elegir libremente precisamente las fuerzas que ponen en peligro su libertad. Por lo tanto en la Era de la Información el poder desproporcionado ejercido por los que tienen una influencia desproporcionada en los medios, la cultura pop, los think-tanks, el sector académico y la política – dominios en los que la influencia sionista es más incontrolada.

Las creencias inducidas actúan como un multiplicador de fuerzas para librar guerras de inteligencia desde las sombras. En el núcleo operacional de una tal guerra están los que son magistrales en la anticipación de la reacción del blanco a una provocación y en la incorporación de esa reacción en su arsenal. Para los que libran guerras de esa manera, los hechos son sólo una barrera que hay que superar. Para las naciones que dependen de hechos, el estado de derecho y el consenso informado para proteger su libertad, esa traición de los poseedores de información privilegiada plantea la mayor amenaza posible para la seguridad nacional.

EEUU es mucho menos seguro que antes del 11-S. Es obvio que Tel Aviv tiene la intención de continuar con sus provocaciones en serie, como lo demuestra su continua expansión de los asentamientos. Israel no ha mostrado señal alguna de su disposición a negociar de buena fe o tomar los pasos necesarios para que la paz sea una posibilidad.

Hasta hoy, Barack Obama no parece estar dispuesto a nombrar a altos funcionarios que no sean sionistas o fuertemente pro-israelíes. La mayor amenaza para la paz mundial no son los terroristas. La mayor amenaza es la relación EEUU-Israel.

http://www.voltairenet.org/mot120832.html?lang=es

Tal como fue necesaria una década de escenificación previa para inducir plausiblemente a EE.UU. a invadir Irak, existe actualmente una estrategia para persuadir a EEUU para que invada Irán o para que apoye o condone un ataque por Israel. La misma duplicidad actúa de nuevo, incluida la identificación destacada del indispensable Malhechor. Desde el comienzo mismo, la empresa sionista se concentró en la hegemonía en Oriente Próximo. Su enmarañada alianza con EEUU posibilitó que esa empresa desplegara el poderío estadounidense con ese fin.

Sólo una nación poseía los medios, el motivo, la oportunidad y los servicios de inteligencia estatal necesarios para llevar a EEUU a la guerra en Oriente Próximo, mientras al mismo tiempo hacía parecer como si el problema fuera el Islam. Si Barack Obama sigue acatando las decisiones de Tel Aviv, puede ser culpado en buena lid cuando el próximo ataque ocurra en EEUU o en la Unión Europea con la orgía usual de evidencia que apunta a un objetivo predeterminado. Si ocurre otro asesinato masivo, ese evento será rastreable directamente a la relación EEUU-Israel y al hecho de que los responsables políticos de EEUU no hayan sido capaces de liberar a su país de ese enemigo interior.


Jeff Gates

Jeff Gates, autor ampliamente aclamado, abogado, banquero de inversiones, educador y asesor a dirigentes gubernamentales, corporativos y sindicales en todo el mundo. Su próximo libro es “Guilt By Association—How Deception and Self-Deceit Took America to War” (2008). Sus libros anteriores incluyen: “Democracy at Risk: Rescuing Main Street From Wall Street” y “The Ownership Solution: Toward a Shared Capitalism for the 21st Century.”

Fuente: http://www.voltairenet.org/article162099.html