martes, 29 de septiembre de 2009

-ERIC RAYNAUD: «EN ESTADOS UNIDOS, NINGUN EXPERTO SE ARRIESGA YA A DEFENDER ALGUN PUNTO EN PARTICULAR DE LA VERSION OFICIAL GUBERNAMENTAL»

por Thierry Meyssan*

Ocho años después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, el periodista Eric Raynaud publica un libro sobre el estado de la oposición a la versión gubernamental en Estados Unidos. Aunque las autoridades se aferran a su versión de los hechos, ningún experto se arriesga ya a apoyar los detalles de esta. Los medios de prensa francófonos, después de haberse tapado ojos y oídos durante todo este tiempo, han dado una buena acogida al libro de Raynaud. Su enfoque despolitizado permite, efectivamente, la reconstrucción de un consenso en el seno de la sociedad y colmar en cierta medida el abismo existente entre la prensa y el público.



Eric Raynaud acaba de publicar 11-Septembre, les vérités interdites (Ediciones Jean-Paul Bertrand).

Thierry Meyssan: Usted acaba de publicar 11-Septembre, les vérités cachées (Ediciones Jean-Paul Bertrand) [En español, 11 de septiembre, las verdades ocultas. Nota del Traductor.]. En este libro usted pasa en revista numerosos temas. Pero, ¿cuáles son, en su opinión, los elementos más importantes de que disponemos actualmente y que no se conocían hace 8 años?

Eric Raynaud: Un hecho esencial ha sido, a mi entender, la divulgación del informe de la comisión investigadora instaurada por la administración Bush-Cheney en el verano de 2004. Sus conclusiones eran tan inaceptables, en el plano intelectual, que han despertado la curiosidad de los pensadores, los científicos, los universitarios, los expertos, etc. Los rigurosos trabajos de estos últimos han dado como resultado que hoy, 8 años después de los hechos, están demostrados dos elementos fundamentales. El primero es que ningún avión de pasajeros se estrelló contra el Pentágono. El segundo es que los derrumbes de las torres gemelas [del World Trade Center] no se debieron a los impactos de los Boeing 767 ni a los incendios provocados por el combustible de estos. En realidad, la versión oficial sobre los dos hechos esenciales más espectaculares de aquel 11 de septiembre de 2001 está hoy descalificada.

TM: Es cierto, pero esos elementos ya estaban descalificados antes de la publicación de ese informe. ¿Por qué la publicación del informe cambió la percepción de la opinión pública sobre el tema y dio lugar a las asociaciones de ideas que usted menciona en su libro? 
Quisiera que se entienda bien el sentido de mi pregunta. ¿Por qué lo que yo escribía en 2001-2002 era inaceptable en Estados Unidos y por qué, por el contrario, a partir de 2004 una parte de la opinión pública estadounidense consideró que lo inaceptable era la versión gubernamental?

Eric Raynaud: En efecto, esos hechos ya eran conocidos. Pero sólo lo eran para aquellos que estaban buscando la verdad cada uno por su lado y ellos estaban totalmente marginados. Creo que usted conoce muy bien ese tipo de situación…

Las familias de las víctimas, los bomberos de Nueva York, todos los que habían expresado dudas desde el primer día estaban a la espera de ese informe. Ante esa maraña de verdades falsas, de deformaciones de la verdad, de «olvidos» particularmente molestos, todos esa gente saltó a la palestra, por decirlo de alguna manera. Sobre todo porque la credibilidad de gente como David Ray Griffin o Richard Gage y de sobrevivientes que dieron sus testimonios les permitió hacerlo.

Desgraciadamente para la administración Bush, ese momento coincidió más o menos con la aparición de la web 2.0, que fue un instrumento decisivo en esa lucha. Todos, eficazmente agrupados en asociaciones muy específicas y creíbles, intercambiaban sus informaciones, sus estudios, análisis, etc. La suma de ese enorme trabajo tenía que arrojar como resultado, efectivamente, un cambio en la actitud de la opinión pública ante hechos que se habían vuelto evidentes.

Me parece que usted cometió el error de haber tenido razón demasiado temprano sobre el atentado contra el Pentágono. Después de haber tratado de desmontarla por todos los medios, una cantidad considerable de periodistas estadounidenses aceptaron la tesis que usted había presentado. Y ellos mismos lo confiesan hoy en día, como David von Kleist que, después de haber sido un adversario de la tesis que usted expresara anteriormente, se encuentra hoy entre los Truthers [partidarios del movimiento estadounidense por la verdad sobre el 11 de septiembre. Nota del Traductor.] más activos.


TM: ¿No sería posible considerar las cosas desde otro ángulo? Cuando yo emití las primeras críticas no existía una versión gubernamental coherente sino un montón de información fragmentaria proveniente de diversas agencias. Siempre me respondían que yo no había entendido nada. Al tratar de unificar toda esa información fragmentaria en una versión única, la Comisión Presidencial se encontró ante la cuadratura del círculo. Su trabajo demostró esencialmente que era imposible contar esa historia de forma coherente. [La Comisión] incluso evitó abordar numerosos problemas, llegando al extremo de olvidar el derrumbe del Edificio 7.




Eric Raynaud: Yo creo que de todas formas el informe de la Comisión Investigadora estaba condenado al destino que finalmente ha tenido, o sea al rechazo puro y simple por parte de los que estaban esperando lo que iba a decir la administración Bush. Los atentados fueron un conjunto de hechos tan grande, todos de carácter único, con algunos que parecen lógicos y otros que parecen menos lógicos, que resultaba una tarea imposible. Por cierto, George Bush se había dado cuenta de eso cuando rechazó, desde el principio, la creación de aquella comisión. Y cedió únicamente ante la presión popular, pero lo hizo tratando de «soslayar» al máximo: nada de medios, nada de dinero, poco tiempo y un hombre de confianza como director ejecutivo [de la Comisión]. 
A pesar de eso, si dos conocidos periodistas, que trabajan para las mayores cadenas, entre ellos el corresponsal de la CNN en el Pentágono, dicen en vivo en los minutos siguientes al famoso suceso que «ningún avión se ha estrellado aquí», parece difícil que una Comisión Investigadora gubernamental pueda citarlos cuando el gobierno afirma exactamente lo contrario. El problema de la Comisión es que las palabras se las lleva el viento mientras que las imágenes y el sonido grabados van a perdurar. Y se pueden consultar.


La misma preocupación existe en el caso del Edificio 7. En un informe preliminar, la Federal Emergency Management Agency estipula que «no tiene explicaciones sobre las razones de la caída de este edificio de 186 metros de altura». La agencia gubernamental encargada de continuar la investigación, el NIST, tampoco tiene explicación para esto… Así que se «olvida» la caída de un edificio prácticamente del mismo tamaño que la Torre Montparnasse [de París] a la velocidad de caída libre –6,5 segundos– en un informe de casi 600 páginas… Finalmente, en agosto de 2008, el NIST encuentra una explicación truculenta que no convence a nadie.


Se trata, en efecto, de lograr la cuadratura del círculo. Por cierto, el presidente y el vicepresidente de esta Comisión expresaron su desacuerdo en un libro que escribieron juntos posteriormente. Al igual que el abogado que fungía como consejero de esa misma Comisión, un ex fiscal federal, que escribió recientemente en un libro que el gobierno lo había obligado a mentir, para llamar las cosas por su nombre.

TM: En un asunto de Estado como este, los testigos dicen ahora lo contrario de lo que habían dicho anteriormente. Usted citaba hace un instante a Jimmy McIntyre, el corresponsal de la CNN en el Pentágono. El 11 de septiembre, él es categórico: ningún avión de pasajeros se estrelló contra el edificio. Pero ese mismo Jimmy McIntyre organiza en abril de 2002 un largo programa especial de la CNN en el que asegura que cuando yo me expreso como lo hago es por antiamericanismo y que es imposible poner en duda que el vuelo 77 se haya estrellado contra el Pentágono. La Comisión escuchó sólo a dos testigos, que se retractaron, y descartó a todos los que insistían en contradecir la versión de la administración Bush.


A mí me costó mucho trabajo que la gente incorporara a sus análisis el derrumbe del Edificio 7. Varios días después de los atentados, aquel hecho había desaparecido de la memoria colectiva. Y observo que la especulación bursátil anterior a favor de la baja, que antecedió al 11 de septiembre, también cayó en el olvido y, como señala usted en su libro, sólo fue mencionada nuevamente debido al escándalo de Madoff. Además, a pesar de todos mis esfuerzos, todo el mundo –incluyendo a los Truthers en Estados Unidos– se obstina en ignorar el incendio del anexo de la Casa Blanca y la comunicación de los atacantes con la Casa Blanca, en la que se usaron los códigos presidenciales, dos hechos ampliamente probados –el primero fue incluso filmado por ABC– y que decidieron al consejero antiterrorista Richard Clarke a poner en marcha el programa de Continuidad del Gobierno.

¿Cómo se explican todos esos ejemplos de amnesia colectiva?



El 11 de septiembre de 2001, J. McIntyre, corresponsal permanente de la CNN en el Pentágono, reporta en vivo que ningún avión se había estrellado contra el edificio. Posteriormente habrá de retractarse para convertirse en uno de los defensores de la versión gubernamental.


En cuanto a la memoria colectiva, ya se sabe es selectiva y que retiene únicamente –me refiero al público– lo que oye o lee en los medios de prensa. Y los medios estadounidenses, a pesar de tenernos acostumbrados a un mejor desempeño– sólo hicieron su trabajo durante los dos, tres o cuatro días posteriores a los atentados. Lo dice el propio Walter Pinkus, delWashington Post, uno de los veteranos más curtidos de la profesión.


Hubo un tránsito muy rápido hacia la «perorata controlada por el gobierno» y lo dramático es que se habla ante todo de las dos torres gigantes que se habían derrumbado y de los 3 000 muertos. Tuvo que pasar, en efecto, mucho tiempo antes de que se admitiera que el derrumbe del Edificio 7 tenía una importancia fundamental, y que era incluso el talón de Aquiles de la versión Bush. Hoy en día, toda la gente que tiene que ver con el tema sabe eso. Pero es verdad que tuvo que pasar mucho tiempo.


A pesar de eso, todavía hoy, cuando usted pregunta de pronto en una conversación con un grupo de personas, en sociedad, «¿Cuántos edificios se cayeron el 11 de septiembre?», nueve veces de cada diez la respuesta será «dos». En cuanto al incendio en el anexo de la Casa Blanca y la utilización de los códigos presidenciales, quizás sea un poco temprano todavía. No porque se trate de información sin importancia, todo lo contrario, sino porque, como dicen, puede ser que haya que darle tiempo al tiempo…

TM: No son esos los únicos hechos que han caído en el olvido. ¿Sabía usted que ninguno de los magnates que tenían sus oficinas en el World Trade Center se encontraba allí aquel día porque estaban en Nebraska, precisamente en la base militar de Offutt, donde Bush se unió a ellos al mediodía. Esa información no estaba en mi libro. La publiqué poco después en el principal diario español, El Mundo, que es también mi editor en España.

¿Por qué la gente sigue sin querer tomar en cuenta todos los hechos?

Eric Raynaud: Sí, supe que cierto número de «consejos de administración» fueron «descentralizados» del World Trade Center aquel día… lo cual es un elemento realmente importante, sobre todo junto con la información que usted menciona. En eso también creo que cuando la máquina se ponga en marcha –y a mí me parece que está empezando a moverse– todo eso saldrá a la luz.

Por mi parte, yo tomé una decisión con mi libro: la de contar lo que realmente sucedió el 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington, en función de lo que hoy es materia de consenso y con elementos irrefutables que el lector puede verificar por sí mismo. Digamos que creo haber redactado una obra de «sensibilización» sobre lo más espectacular que la gente recuerda de aquellos hechos. Y, según las primeras reacciones que he podido conocer, hay muchos que se han quedado muy sorprendidos. Todo eso es muy duro de admitir, pero es real. Se trata de una etapa. Como yo le decía hace un instante, lo demás tiene que venir detrás. Pero es bueno tener todo esto en mente.

TM: Su libro nos muestra que, aunque algunas instituciones defienden aún la versión gubernamental sobre los atentados o algunos expertos apoyan en general las conclusiones [de esa versión], ningún profesional se arriesga ya a defender ningún aspecto en particular. Por ejemplo, se sigue diciendo que Al-Qaeda atacó el Pentágono, pero ya ningún experto se atreverá a decir que identificó los restos de un Boeing en el lugar del crimen. O se habla, e incluso se lleva a la pantalla de cine, la rebelión de los pasajeros del avión desaparecido en Pensilvania, pero ya ningún experto se atreve a citar como auténticas las llamadas telefónicas en las que los pasajeros supuestamente dejaron testimonio de esa rebelión. ¿Cómo explica usted que sigan aferrándose a la versión gubernamental cuando no existe ya ningún elemento que la corrobore?

Eric Raynaud: Yo creo que simplemente no pueden hacer otra cosa. Yo digo en mi libro que la posición de esa gente se ha hecho ya absolutamente insostenible, pero ¿qué alternativa les queda? Ninguna que no sea persistir en la negación o, en el caso de algunos, ser condenados a varios cientos de años de cárcel.

Además, eso es exactamente lo que está pasando: ya nadie se arriesga a defender un punto específico [de la versión oficial]. Ayer vi un documental sobre el vuelo 93 y sus numerosas llamadas telefónicas. Es posible que el realizador lo haya hecho de buena fe. Su documental es anterior al proceso contra Moussaoui, donde el propio FBI, al tener que presentar los informes sobre esas conversaciones telefónicas, explicó que en 2001 era técnicamente imposible llamar a tierra con un teléfono celular [o móvil] desde la altitud a la que se encontraba el vuelo 93. Así que, después de una confesión de esa magnitud, es muy difícil encontrar un «experto» que se atreva a discutir eso.


No tiene nada de sorprendente que los partidarios de la versión oficial se sigan aferrando a ella a pesar de estar irremediablemente atrapados por pruebas como esa. En cambio, que los medios de prensa que disponen de esas informaciones mantengan ese juego, ya perdido de antemano, sí resulta mucho más sorprendente –si se quiere considerar esa posición como sorprendente. Aunque he notado, en los cuatro o cinco últimos meses, algunos síntomas, intermitentes pero perceptibles, en alguno colegas.

TM: Usted puso especial cuidado en recapitular hechos sin ofrecer ninguna interpretación. Tres hipótesis se distinguen a menudo: o la administración Bush no tenía conocimiento previo de los atentados, o tenía conocimiento pero permitió que se perpetraran, o está implicada en su realización. ¿Cómo se sitúa actualmente la opinión pública en Estados Unidos?



El profesor David Ray Griffin. Este célebre universitario empezó por estudiar el libro de Thierry Meyssan La Gran Impostura con la intención de demostrar que era una estupidez. Pero se quedó estupefacto con todo lo que descubrió en esa obra y se ha convertido en el principal exponente del Movimiento estadounidense por la Verdad sobre el 11 de Septiembre.


Eric Raynaud: La posición de los Trutherts, como David Ray Griffin, uno de sus inspiradores, con quien tuve la oportunidad de reunirme, es muy clara: «It’s an inside job», me dijo sin pestañear. O sea, que se trata de un golpe preparado desde adentro, la tercera hipótesis que usted menciona. Estábamos solos, tomando un café, y me impresionó esa confidencia porque venía de un hombre tan preciso como prudente y astuto en sus declaraciones públicas.


Aunque dejo casi siempre que mi lector se forme su propia opinión, tengo que decir que mi convicción al cabo de años de estudios sobre este tema es que la administración Bush estaba perfectamente al corriente de lo que iba a suceder. No son pruebas lo que falta. Pero también un sector de esa administración –del lado de los neoconservadores, claro está– había «acompañado» los atentados. No me imagino a un grupo de islamistas manejando toneladas de nanotermita e instalándolas a su gusto por los tres edificios destruidos.


Pero la convicción de Griffin me impresionó. Porque yo sé que él tiene mucho que escribir aún sobre el tema, y que tiene informaciones de primera mano…

TM: En Estados Unidos, el Movimiento por la Verdad sobre el 11 de Septiembre reclama la «reapertura de una investigación». Esos ciudadanos estadounidenses parecen pensar que se trata de un hecho de crónica roja que pudiera ser juzgado algún día por tribunales civiles y que la razón de Estado no existe. Sin embargo, sea cual sea la interpretación que podamos dar a esos hechos, está claro que esos atentados no sólo rebasan el marco del derecho nacional estadounidense sino que caen en el campo del derecho internacional, y que la administración Bush ha hecho de todo para esconder la verdad, ya sea directamente o a través de la comisión investigadora presidencial. ¿Qué significa entonces ese reclamo de una investigación judicial?

Eric Raynaud: Yo soy exactamente de la misma opinión que usted. Lo sucedido el 11 de septiembre de 2001 no fue otra cosa que la fabricación de una justificación para [emprender] operaciones ya planificadas contra Afganistán y, después, contra Irak. Y en mi opinión ese tipo de cosas cae dentro de la jurisdicción de un tribunal penal internacional.


También pienso que los líderes del Movimiento por la Verdad tienen en mente eso mismo desde hace tiempo. Pero, mientras tanto, los cientos de miles de Truthers anónimos tienen, por su parte, sus propias cuentas que saldar en el terreno judicial y han trabajado como locos para eso: abrir una nueva investigación nacional, lograr que sean condenados todos los que mataron o dejaron matar a 3 000 estadounidenses. Es evidente que eso puede ser un inicio ideal para pasar a una fase internacional, pero también es cierto que se corre el riesgo de que se convierta en una etapa muy, muy larga.


¿A pesar de ello, piensan los líderes de los Truthers insistir en ese sentido antes de una nueva investigación seguida de grandes juicios? Me parece que no es imposible. Y, en todo caso, nada se opone a una acción de ese tipo, dados los argumentos y pruebas de los que actualmente disponen.

TM: El 11 de septiembre es un hecho estadounidense de consecuencias mundiales. Usted prefirió tratar ampliamente del Movimiento por la Verdad en Estados Unidos y dedicar unos pocos párrafos a las reacciones en el resto del mundo. ¿Significa eso que lo único importante o creíble es lo que pasa en el corazón del Imperio?

Eric Raynaud: Por supuesto que no. Yo escribí este libro precisamente porque los hechos mundiales que fueron consecuencia del 11 de septiembre me parecen absolutamente insoportables. Simplemente, adopté como punto de vista que en Francia no se conoce suficientemente la génesis de este catastrófico principio del tercer milenio. En la Europa francófona, en particular en Francia, sólo se habla de aquel hecho a través del anatema, del insulto y la imprecación. Yo quise proporcionar elementos que sirvan de base a una discusión sana, entre adultos, sobre un hecho que cambió totalmente el mundo.

Así que es muy evidente que yo observo con la mayor atención lo sucedido y lo que está sucediendo, la intrusión en el Medio Oriente y los próximos «blancos» del plan, Rusia y China por ejemplo.

Traté de poner a la gente al tanto de lo que realmente sucedió cierto 11 de septiembre del año 2001. Ahora es probable que me dedique a estudiar otros aspectos del problema. Hay tanto que escribir…


Thierry Meyssan

Analista político francés. Fundador y presidente de la Red Voltaire y de la conferencia Axis for Peace. Última obra publicada en español: La gran impostura II. Manipulación y desinformación en los medios de comunicación (Monte Ávila Editores, 2008).

Fuente: http://www.voltairenet.org/article162147.html


jueves, 24 de septiembre de 2009

-EL LOBBY PROISRAELí DE EE.UU. PERJUDICA A ISRAEL


Stephen Walt es profesor de la Kennedy School de la Universidad de Harvard y co-autor, junto a John Mearsheimer, del libro El lobby israelí, en el que analiza la poderosa influencia de este grupo de presión en el diseño de la política exterior de EE.UU. en Oriente Medio. Walt visitó Barcelona recientemente con motivo de la Barcelona Summer School in International Politics, que organiza cada año el IBEI



Stephen Walt, durante un momento

de su visita a Barcelona / E.T.


Cuando nos referimos al lobby israelí de EE.UU., de qué estamos hablando?

El lobby israelí de EE.UU. es una coalición de un amplio número de personas y organizaciones de los que algunos son judíos americanos y algunos no. La posición común que estas personas comparten es la de apoyar una relación especial entre Israel y EE.UU., en la que Washington dé un apoyo total a Israel sin importar lo que haga. Esta es la posición básica.

¿No hay fisuras en este apoyo a Israel dentro del lobby?


Dentro del lobby no se coincide en todos los asuntos. Algunos grupos en esta amplia coalición están a favor de una solución al conflicto entre palestinos e israelíes mediante la convivencia de dos estados, mientras que otros se oponen fuertemente a esto. Pese a ello, sí coinciden en defender una relación especial entre Israel y EE.UU.


¿Dentro del lobby proisraelí hay también grupos cristianos?


Sí, son grupos evangélicos, que se refieren a sí mismos como cristianos sionistas. El apoyo de éstos a Israel suele ser de línea dura. Por ejemplo, defienden la idea del Gran Israel, que incluye todos los territorios palestinos. Esto está basado en su interpretación de la Biblia: una de las condiciones para que Jesucristo vuelva a la tierra es que los judíos controlen a todos los palestinos.


Así, estos grupos cristianos utilizan a Israel para llevar a cabo sus ideas teológicas?


Exactamente. En el libro demostramos, además, que las organizaciones más poderosas dentro del lobby, incluyendo los cristianos sionistas, están defendiendo políticas que no son buenas ni para EE.UU. ni para Israel.

En su obra se refiere al profundo ascendiente de este lobby en la Administración de EE.UU. ¿Cómo se lleva a cabo esta influencia?


Hay distintos mecanismos: uno es intentar que la gente que les apoya pueda acceder a cargos electos. Este lobby está muy atento a quien se presenta para el Congreso o para la presidencia de EE.UU., y cuál es su opinión sobre Oriente Medio. Si gusta, le ayudan con dinero. Por otro lado, los grupos del lobby publican distintos artículos, textos, informaciones para intentar que otros estadounidenses tengan una visión favorable a Israel y, naturalmente, atacan a quien se muestra crítico con la actitud de Tel Aviv. Finalmente, logran influir en la Administración colocando a su gente en posiciones clave del Gobierno, como el departamento que diseña las políticas de Washington en Oriente Medio. Esto no se diferencia de como funcionan otros grupos de presión.


¿Cómo se percibe desde Israel el papel de este lobby, que pese a querer ayudar, a veces es más un problema que una solución?


Algunos líderes israelíes, como el ex primer ministro Isaac Rabin, se han mostrado a disgusto con el rol de este lobby. Rabin, por ejemplo, quería hacer pasos hacia la paz y los miembros del lobby se oponían. Le daré dos ejemplos de cómo el papel del lobby es malo para Israel: uno son los asentamientos. Muchos israelíes entienden que el intento de colonizar Cisjordania fue un error. Estados Unidos no pudo hacer nada para parar la construcción de asentamientos porque el lobby lo impidió, cuando lo mejor hubiera sido detener la creación de colonias hace muchos años. Otro ejemplo lo encontramos con la guerra del Líbano de hace dos años. El lobby apoyó la estrategia de Israel de atacar a Hizbulá, en vez de intentar buscar otra solución al conflicto.


¿Qué papel tuvo y tiene el lobby proisraelí en la invasión de Iraq y en la retórica sobre un posible ataque militar a Irán?


Respecto a Iraq, toda la idea de invadir este país y derrocar a Saddam Hussein fue obra de los neoconservadores, de los que algunos son judíos y otros no, y que forman parte de la línea dura del lobby proisraelí. Éstos presionaron a Clinton y a Bush en su primer mandato para ir detrás de Saddam, aunque no tuvieron éxito. Después del 11-S, pudieron persuadir a Bush de que era una buena idea, algo que nunca antes pudieron hacer. Derrocar a Saddam iba a ser, para ellos, bueno para Israel, EE.UU., Iraq y la región en general. Se equivocaron. Por lo que refiere a Irán, sólo los neoconservadores piensan en un ataque a este país, pese a que todo el mundo lo ve como un problema.


Durante el proceso de primarias, los candidatos a la presidencia de EE.UU. acudieron a hablar ante el AIPAC, uno de los grupos más potentes dentro del lobby. ¿Por qué tienen que hacerlo?


En primer lugar, déjeme decir que el hecho que los candidatos acudan a hablar ante el AIPAC y, una vez allí, muestren su devoción hacia Israel es un indicativo de cuán poderosa es esta organización. Si el candidato no logra su apoyo va a tener difícil la elección, porque los judíos americanos son grandes financiadores de campañas. Por otro lado, no estar en sintonía con este grupo no significa ganar el apoyo de otros grupos igualmente poderosos. Finalmente, y es muy interesante, lo que ha cambiado este año, quizás por primera vez, es que todos los candidatos fueron criticados por complacer con sus discursos al lobby tanto como lo hicieron. Esto sugiere que EE.UU. está empezando a darse cuenta que la influencia de estos grupos de presión de línea dura no es saludable para el país.


¿Cuál es la relación entre el lobby proisraelí de EE.UU. y la prensa del país?


Hay esta idea histórica del control judío de los medios de comunicación, algo con lo que no estoy de acuerdo. No obstante, sí hay mucha gente en la prensa que es proisraelí y así lo escribe o comenta. Por otro lado, hay organizaciones dentro del lobby que controlan todo lo que se publica y presionan para que se den informaciones favorables a Israel, y se enfadan cuando se publica alguna noticia crítica. Por eso, muchos periodistas hacen mucha autocensura para no ser atacados por estas organizaciones. No es, pues, que el lobby controle a la prensa, sino que trabajan muy duro para asegurarse que haya una correcta cobertura de los asuntos israelíes. Esto no es saludable, porque significa que no podemos tener una conversación sobre política exterior americana.


¿Qué papel jugará este lobby en las próximas elecciones a la presidencia de EE.UU.?


Ya se ha visto como los candidatos han acudido a hablar ante el AIPAC para obtener el apoyo del lobby proisraelí. Creo que este grupo de presión hará lo mismo que ha hecho en el pasado, es decir, asegurarse que el próximo presidente de EE.UU. no hace nada para la creación de un estado palestino. Para hacer esto se necesitaría una presión equidistante a Israel y a la ANP. Pero no creo que ni Obama ni McCain lo quieran.


¿Así, al lobby no le importa quien gane para seguir con su empeño de proteger a Israel?


Dentro del lobby hay diferentes opciones, pero no creo que la política estadounidense en Oriente Medio vaya a cambiar gane quien gane.


Entonces, ¿no cree que ni Obama ni McCain vayan a traer un gran cambio?


Si miras las posiciones de Obama y de McCain y de las personas que están a su alrededor ves que apuestan por que EE.UU. tenga un papel dominante a nivel militar en los asuntos internacionales. Pienso que mucha gente va a estar sorprendida de qué poco cambia la política exterior estadounidense. De todos modos, sí va a haber una mejora respecto a Bush, que es, de lejos, el peor presidente de EE.UU. de los últimos años. Pero, pese a ello, ninguno de los dos candidatos van a tomar una dirección opuesta a la llevada hasta ahora en lo que respecta a política exterior. El estilo será diferente y sonará mejor, pero no cambiará.

Fuente: http://www.lavanguardia.es/lv24h/20080715/53501277929.html

martes, 22 de septiembre de 2009

-11 DE SEPTIEMBRE: ¿CREEN QUE BUSH LES HAYA DICHO LA VERDAD?

Los estadounidenses, prisioneros de sus propias mentiras


Ocho años después de los atentados del 11 de septiembre, Thierry Meyssan –el periodista que dio inicio a las interrogantes que recorren el mundo sobre la veracidad de la versión de los hechos de la administración Bush– pasa en revista el debate sobre el tema en un artículo destinado a la revista rusa Odnako.

El disidente francés denuncia la hermética «cortina de hierro» que separa del resto del mundo a los pueblos de los países miembros de la OTAN. Sometidos a un verdadero bombardeo mediático, estos últimos ignoran por completo el contenido del debate que se desarrolla en Occidente y siguen creyendo que las dudas sobre el 11 de septiembre se limitan únicamente a unos pocos grupos de activistas.

Thierry Meyssan se interroga además sobre la ingenuidad de los occidentales que siguen creyendo en una historieta infantil, digna de un “comic” estadounidense, en la que una veintena de fanáticos logran golpear el corazón del mayor imperio militar del mundo.





¿Crónica roja o hecho histórico?

El 7 de octubre de 2001, los embajadores de los Estados Unidos y del Reino Unido anuncian por correo al Consejo de Seguridad de la ONU que sus tropas han penetrado en Afganistán en virtud de su legítimo derecho a defenderse después de los atentados que habían enlutado Estados Unidos el mes anterior. El embajador estadounidense John Negroponte precisa en su carta: «Mi gobierno ha obtenido información clara e indiscutible de que la organización Al-Qaeda, que cuenta con el apoyo del régimen talibán en Afganistán, ha desempeñado un papel protagónico en los ataques».

El 29 de junio de 2002, el presidente Bush revela, durante su «discurso anual sobre el estado de la Unión», que Irak, Irán y Corea del Norte –«el Eje del Mal»– apoyan en secreto a los terroristas ya que han establecido un pacto secreto para destruir los Estados Unidos. Esos tres «Estados renegados» están siendo más prudentes desde que Washington aplastó a los talibanes, pero no han renunciado a sus intenciones.



El 11 de febrero de 2003, el secretario de Estado Colin Powell engaña a la «comunidad internacional» para justificar la invasión contra Irak. Powell afirma personalmente ante el Consejo de Seguridad de la ONU que Sadam Husein da albergue a un jefe de Al-Qaeda, Abu al-Zarkaoui, y Irak posee una fábrica de armas químicas.



Las acusaciones se precisan el 11 de febrero de 2003. Ese día, el secretario de Estado estadounidense Colin Powell expone personalmente, ante el Consejo de Seguridad de la ONU, el apoyo que aporta Irak a los responsables de los atentados. Después de mostrar un pequeño frasco que supuestamente contiene un concentrado de ántrax en polvo capaz de acabar con todo un continente, Powell muestra una foto satelital de la base que Al-Qaeda ha instalado en el norte de Irak, y que incluye una fábrica de venenos. Después, basándose en un organigrama, explica detalladamente el dispositivo de los terroristas en Bagdad, bajo el mando de Abu Al-Zarkaui. Basándose en esas informaciones «claras e indiscutibles», las tropas de los Estados Unidos y del Reino Unido, con la asistencia de las de Canadá, Australia y Nueva Zelanda, penetran en Irak, también en virtud de su legítimo derecho a la defensa después de los atentados del 11 de septiembre.

El argumento del 11 de septiembre es tan cómodo que el 15 de octubre de 2003, mientras que los habitantes de Bagdad se encuentran bajo una lluvia de bombas, el Congreso de los Estados Unidos acusa a Siria por su apoyo al «terrorismo internacional» y autoriza al presidente Bush a entrar en guerra contra ese país cuando lo crea necesario. Pero Siria está destinada a no ser más que el «entremés» del festín que se anuncia y en el que Irán será el plato fuerte. En julio de 2004, la Comisión Presidencial sobre los atentados presenta su informe final. En el último momento agrega al documento dos páginas de revelaciones sobre los vínculos entre Irán y Al-Qaeda. El régimen chiíta mantiene vínculos desde hace tiempo con los terroristas sunnitas, los deja circular libremente por su territorio y les ha ofrecido infraestructuras en Sudán. Sobre la base de esas afirmaciones, una nueva guerra parece inevitable. Este escenario mantendrá a la prensa internacional en vilo durante dos años.

Ahora resulta que, 8 años después de los atentados del 11 de septiembre, Estados Unidos sigue sin entregar las «pruebas claras y indiscutibles» de la culpabilidad de Al-Qaeda al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, que por demás ha olvidado exigírselas. Peor aún, ya nadie considera a Al-Qaeda como una organización estructurada sino que se habla de ella sobre todo como de una vaga e impalpable «tendencia»; el ejército más grande del mundo sigue sin encontrar a Osama Ben Laden y la CIA ha disuelto el grupo encargado de su búsqueda; el pacto secreto entre Irak, Irán y Corea del Norte parece ahora un cuento irracional y ya nadie se atreve a hablar del Eje del Mal; el ex secretario de Estado Colin Powell ha reconocido públicamente que las informaciones que presentó al Consejo de Seguridad de la ONU eran un montón de estupideces; y para terminar, el Estado Mayor estadounidense está implorando constantemente el apoyo bilateral de Siria e Irán para que lo ayuden a manejar el atolladero iraquí. Y a pesar de todo esto, lo «diplomáticamente correcto» exige que todo el mundo siga actuando como si todo estuviera claro, como si un loco barbudo desde en el fondo de una cueva en Afganistán hubiera logrado herir en pleno corazón al Imperio más poderoso de la historia y escapar después a su venganza.

¿Todo el mundo? No todo el mundo. En primer lugar, los dirigentes de los Estados interesados, en Afganistán, Irak, Siria, Irán y Corea del Norte, no se han conformado con desmentir toda responsabilidad en los atentados sino que han acusado explícitamente al complejo militaro-industrial estadounidense de haber organizado los atentados y de haber asesinado deliberadamente a 3 000 de sus conciudadanos. En segundo lugar, los dirigentes de otros Estados que no tienen buenas relaciones con Washington –como Venezuela y Cuba– han ridiculizado la versión bushista de esos sucesos. Y, finalmente, los dirigentes de los Estados que pretenden conservar buenas relaciones con Washington sin tragarse por ello estoicamente todas las mentiras estadounidenses han afirmado que las invasiones de Afganistán y de Irak carecen de bases jurídicas, absteniéndose sin embargo de pronunciarse sobre los atentados. En ese caso se encuentran países tan diversos como los Emiratos Árabes Unidos, Malasia, la Federación Rusa y, ahora, Japón. Como puede verse, la lista de Estados escépticos no tiene nada que ver con una tendencia pro o antiestadounidense, sino con la idea que tiene cada uno de ellos de su propia soberanía y de los medios con los que cuentan para reafirmarla.



El 11 de enero de 2008, la Comisión de Relaciones Exteriores y de Defensa de la Cámara Alta de Japón se niega a enviar nuevas tropas japonesas a Afganistán después de haber escuchado al consejero Yukihisa Fujita denunciar las mentiras estadounidenses sobre el 11 de septiembre. http://www.voltairenet.org/article154639.html

Entonces, ¿qué pasó el 11 de septiembre? Como los periodistas no estamos obligados a observar la discreción obligatoria para los diplomáticos, nosotros vamos a decirlo aquí.

Presupuesto astronómico, digno de Hollywood, para un guión chapucero

Según la versión oficial, un islamista diabólico –Osama Ben Laden– que reprocha a los «infieles» estadounidenses el haber mancillado el sagrado suelo de Arabia Saudita al instalar allí sus bases militares, organiza una operación terrorista de enorme envergadura, con medios materiales insignificantes, pero recurriendo para ello a un comando de 19 fanáticos.

Este hombre vive en una cueva equipada al estilo de las películas de James Bond. Infiltra a sus kamikazes en Estados Unidos, como en la película de Chuck Norris cuya intriga y título parecen premonitorios: «Ground Zero». Cuatro estos kamikazes siguen un curso de pilotaje aéreo en un club de aviación. No prestan atención a las lecciones sobre el despegue y el aterrizaje para concentrarse exclusivamente en el pilotaje de los aviones en pleno vuelo. Un día determinado, divididos en cuatro grupos, los fanáticos secuestran cuatro aviones de pasajeros amenazando con degollar a las aeromozas con cuchillas de cortar alfombras.

A las 8h29, American Airlines recibe una comunicación radiofónica, supuestamente proveniente de la tripulación del vuelo 11 (Boston-Los Angeles), en la que se informa que el avión ha sido desviado por un grupo de secuestradores. El procedimiento oficial estipula la notificación inmediata de la aviación civil al Departamento de Defensa y el despegue de los cazas interceptores en un plazo máximo de 8 minutos. En el momento del primer impacto contra el WTC –17 minutos más tarde–, los cazas siguen en tierra.

A las 8h47, se corta la transmisión del transpondedor [Dispositivo que transmite una señal única para cada avión. Nota del Traductor.] del vuelo 175 de United Airlines (también Boston-Los Angeles). La señal [de este dispositivo] que identifica el avión [con su número de vuelo] desaparece de las pantallas de los radares civiles, que a partir de ese momento lo ven solamente como un punto [no identificado]. Esto desencadena la alerta, sin que la aviación civil pueda saber en ese momento si se trata de una avería o de un secuestro. Sin embargo, al producirse el segundo impacto –a las 9h03– ningún interceptor ha sido enviado aún para establecer contacto visual con el Boeing.

A las 8h46, un Boeing 757 se estrella contra la torre norte del WTC. El avión impacta con precisión milimétrica el centro mismo de la fachada. Sabiendo que la fachada tiene 63 metros de ancho y que la velocidad del avión es superior a los 700 km/h resulta que la precisión de la maniobra se determina en 3 décimas de segundo, hazaña que muy pocos pilotos de combate son capaces de lograr pero que se atribuye en este caso a un aprendiz de piloto. La misma hazaña se repite por segunda vez a las 9h03 cuando otro Boeing 757 se estrella contra la torre sur, haciéndolo además –para más dificultad– con el viento en contra.

En el preciso momento del segundo impacto, un misil atraviesa el campo visual de la cámara de la cadena New York One. Proviene de una aeronave situada detrás del humo del impacto y se dirige en diagonal hacia el suelo. Nunca se hablará de esas extrañas imágenes.

Los primeros testigos declaran que los aviones que impactaron las torres son aviones de carga desprovistos de ventanas, pero más tarde se afirma que se trata de los vuelos regulares AA11 y UA175. Existe un solo video del primer impacto, pero hay 6 del segundo impacto. Ninguna ampliación de esas imágenes permite observar ventanas en ese aparato.

Lo que sí se ve en las ampliaciones es un objeto situado debajo de ambas cabinas. En el análisis imagen por imagen de los videos se ven dos relámpagos luminosos provenientes de los puntos de impacto justo antes del impacto de las aeronaves contra los rascacielos. Los aviones no se estrellan contra las fachadas sino que se meten dentro de los edificios donde desaparecen totalmente, como si las fachadas y las columnas internas no ejercieran resistencia alguna.

A las 8h54, el vuelo 77 de American Airlines (Washington DC-Los Angeles) modifica su trayecto sin autorización mientras que su transpondedor deja de transmitir. Los radares civiles pierden su rastro.

A las 9h25, conciente de que algo importante está pasando, el centro de mando de Herndon prohíbe el despegue de cualquier avión civil en todo el territorio de los Estados Unidos y ordena el aterrizaje de todos los aviones civiles en vuelo. Los vuelos transtlánticos son desviados hacia Canadá. Por su lado, el puerto de Nueva York cierra todos los puentes y túneles que comunican con Manhattan.
En ese mismo momento comienza una videoconferencia de crisis presidida por el consejero antiterrorista de la Casa Blanca, Richard Clarke. Participan en ella la Casa Blanca, los departamentos de Estado, de Justicia y de Defensa, a los que se unen después la aviación civil y la CIA.

La periodista estrella de Fox News, Barbara Olson, se encuentra a bordo del vuelo AA77. A través de su teléfono celular logra hablar con su esposo, Theodore Olson, quien fue abogado de George W. Bush ante la Corte Suprema y se ha convertido en fiscal general de los Estados Unidos. Barbara Olson dice a su esposo que un grupo de secuestradores aéreos acaba de apoderarse del avión, le explica cómo lo hicieron e intercambia con él sus últimas palabras de amor.


A las 9h30, la aviación declara desaparecido el vuelo AA77. Este se habría estrellado en una reserva natural de Virginia occidental, sin haberse encontrado nunca con los cazas de la US Air Force.


Pero en ese mismo momento, los radares civiles del aeropuerto Dulles, en Washington, observan un aparato no identificado que presenta las mismas características de velocidad y maniobrabilidad que un avión militar. Este aparato penetra en el espacio aéreo protegido del Pentágono. Las baterías automáticas antimisiles no reaccionan. Luego de realizar un viraje en ángulo recto para evitar una sección elevada de autopista, el aparato penetra en el Pentágono, perfora el blindaje de seis paredes del recinto y explota matando a 125 personas. Los testigos describen un misil. Los relojes del edificio se paran indicando las 9h31.


Un cuarto de hora más tarde, la parte afectada del edificio se derrumba. Presente en el lugar de los hechos, el corresponsal de la CNN atestigua que no se ve allí ningún rastro de avión. Posteriormente, la CNN muestra al secretario de Defensa Donald Rumsfeld cuando ayuda personalmente a los socorristas a evacuar un herido llevando una camilla. Poco después, Rumsfeld dirá a sus colaboradores que él mismo penetró en el edificio en llamas y vio los restos de un Boeing. El misil será por lo tanto identificado como el vuelo AA77 que había sido reportado como desaparecido.

La Casa Blanca recibe una llamada anónima en la que se utilizan los códigos de transmisión ultrasecretos de la presidencia de los Estados Unidos. La persona que realiza la llamada dice hablar en nombre de los atacantes. Indica que el próximo blanco será la Casa Blanca.


A las 9h35, Richard Clarke pone en marcha el programa de continuidad del gobierno. El presidente Bush, que estaba realizando una visita política en una escuela elemental de la Florida, interrumpe su agenda y es llevado al avión presidencial Air Force One. Por su lado, el vicepresidente Cheney es llevado al bunker antiatómico de la Casa Blanca. Todos los parlamentarios y ministros son contactados para ser puestos a salvo en búnkeres previstos a tal efecto.

A las 9h42, la cadena ABC transmite en vivo imágenes del incendio que devora dos pisos del anexo de la Casa Blanca que alberga las oficinas de los colaboradores del presidente Bush y del vicepresidente Cheney. Las autoridades no ofrecerán nunca la menor explicación sobre este incendio, que ha desaparecido desde entonces de la memoria colectiva. Equipos armados de lanzacohetes se despliegan alrededor de los edificios de la presidencia en previsión de un posible desembarco de tropas aerotransportadas. Las medidas adoptadas parecen indicar que se teme un golpe de Estado militar.

A las 9h24, la aviación civil recibe un mensaje de la tripulación del vuelo 93 de United Airlines (Newark-San Francisco) en el que se informa que intrusos han penetrado en la cabina de pilotaje. La comunicación se interrumpe rápidamente y el transpondedor del aparato deja de transmitir, por lo cual el vuelo es considerado como secuestrado. A las 10h03, el Boeing desaparece de las pantallas de los radares civiles. Se considera que explotó en vuelo o que se estrelló en Pensilvania. En el lugar se encuentra un gran cráter vacío y restos esparcidos sobre varios kilómetros.

En una conferencia de prensa ofrecida mientras camina por las calles de Manhattan, el alcalde de Nueva York Rudy Giuliani menciona un posible derrumbe de las torres gemelas y pide que éstas sean evacuadas.

A las 9h58 se produce una explosión en la base de la torre sur del WTC, lo cual levanta una inmensa nube de polvo. Después, explosiones más pequeñas sacuden el edificio de arriba a abajo, proyectando lateralmente pequeñas nubes de polvo. El edificio se derrumba sobre sí mismo en 10 segundos ahogando todo Manhattan bajo el polvo.

Los edificios de las Naciones Unidas en Nueva York y las sedes de los ministerios en Washington son evacuados. Se teme que sean los próximos blancos.

A las 10h28, la torre norte del WTC se derrumba de la misma manera que la anterior.

El Estado de Israel ordena el cierre de sus misiones diplomáticas en todo el mundo (10h54).

Hacia las 11h00, se ordena la evacuación de otro edificio del WTC, el Edificio 7. Este rascacielos no ha sido impactado por los aviones y pasará mucho tiempo sin que las autoridades vinculen su derrumbe a los atentados, al extremo que ni siquiera será mencionado en el informe final de la Comisión Presidencial.

A las 13h04, las cadenas de televisión transmiten un corto mensaje grabado del presidente Bush. Este asegura a sus conciudadanos que la continuidad del gobierno está garantizada y que el país será defendido.

A las 13h30, se proclama el estado de urgencia en Washington DC mientras que el Pentágono pone dos portaviones y sus flotas en estado de alerta máxima en previsión de un desembarco naval enemigo ante Washington. Estados Unidos se ve a sí mismo en situación de guerra.

A las 16h00, la CNN confirma que las autoridades estadounidenses han identificado al saudita Osama Ben Laden como la persona que ordenó los atentados. No se trata, por lo tanto, de un golpe de Estado ni de la Tercera Guerra Mundial.

A las 17h21, el Edificio n° 7 del WTC se derrumba de la misma manera que las torres gemelas, pero en sólo 6 segundos y medio, por ser menos alto.

A las 18h42, Donald Rumsfeld da una conferencia de prensa en el Pentágono, rodeado de los líderes republicanos y demócratas de la Comisión senatorial de Defensa. Todos los presentes reafirman la unidad nacional en este trágico momento. De pronto, Rumsfeld se dirige de forma hostil al senador Carl Levin y le pregunta si los hechos del día bastan para convencerlo de la necesidad de aumentar los gastos militares.

En la noche del 11 de septiembre se hace muy difícil evaluar los daños. Se habla de 40 000 muertos.

A las 20h30, el presidente Bush se dirige a la nación desde la Casa Blanca. Asegura que la amenaza ha sido neutralizada y que «América» enfrentará a sus enemigos. Comienzan a sonar los tambores de guerra.


La destrucción controlada del World Trade Center

Todos estos hechos suscitan una fuerte angustia y se suceden tan rápidamente que se hace difícil analizar su coherencia a medida que van teniendo lugar. Volvamos entonces a los principales aspectos turbios. Para empezar, ¿por qué se derrumbaron las torres gemelas y el Edificio 7 del WTC?

Más que el impacto de los aviones contra las torres gemelas, son los incendios provocados por el combustible que éstos contenían lo que fragilizó las columnas metálicas de las torres gemelas y provocó su derrumbe, afirman los expertos del NIST (Instituto Nacional de Normas y Técnicas). Y fue la transmisión del incendio al Edificio 7 lo que provocó este tercer derrumbe, según agregan.


Pero los profesionales se ríen de esa teoría. Las torres gemelas se diseñaron para resistir el impacto de un avión de pasajeros; el fuego del combustible sólo alcanzó una temperatura entre los 700 y los 900° Celsius, mientras que el acero se funde a 1538° Celsius; los incendios han devastado muchos rascacielos a través del mundo, pero ninguno se ha derrumbado; los tres edificios no se cayeron lateralmente, sino exactamente en sentido vertical; y finalmente, lo más importante es que se derrumbaron a la velocidad de una caída libre, o sea el piso superior no encontró resistencia alguna al caer ya que cada piso inferior se derrumbó antes de que el piso superior llegara a ejercer presión sobre él.

Los bomberos de Nueva York aseguran que oyeron y vieron una serie de explosiones que destruían los edificios de arriba abajo. Los videos y las bandas sonoras corroboran esos testimonios.

Además, Niels Harrit, profesor de química y física en la universidad de Copenhague, publicó en el Open Chemical Physics Journal, publicación de reconocida seriedad, un estudio que muestra la presencia en Ground Zero de partículas de nanotermita, un explosivo militar.


Equipos de profesionales pusieron los explosivos de forma tal que estos cercenaron primeramente la base de las columnas metálicas, ya que las destruyeron piso por piso, de arriba a abajo. En las fotos que se hicieron durante los días posteriores se puede ver que las columnas metálicas fueron cercenadas limpiamente y que el calor no las deformó en lo más mínimo.

Contrariamente a lo que estipula el procedimiento de investigación judicial, los pedazos de columnas metálicas no fueron conservados para su análisis. Fueron rápidamente sacados del lugar de los hechos por la empresa de Carmino Agnello, el padrino del clan mafioso de los Gambino, y vendidos posteriormente en el mercado chino.

En cuanto al Edificio 7, el promotor inmobiliario que tenía el contrato de arrendamiento del WTC, Larry Silverstein, declaró en una entrevista de televisión que le habían avisado que aquel edificio podía caerse y que él mismo había autorizado su demolición. Silverstein se retractó posteriormente, pero ahí está el video de su declaración.

El edificio 7 albergaba varios servicios administrativos, entre ellos el puesto de mando de crisis de la alcaldía de Nueva York y la principal base de la CIA fuera de su sede de Langley. Esa base, creada inicialmente para espiar a las misiones extranjeras en la ONU, se especializo –durante la presidencia de Clinton– en el espionaje económico dirigido hacia las grandes empresas de Manhattan. Si se supone que la operación del 11 de septiembre fue dirigida desde ese lugar, su destrucción eliminó definitivamente toda prueba material de la conspiración.

Un mes y medio antes de los atentados, Larry Silverstein, tesorero de las campañas electorales de Benjamín Netanyahu, había hecho un mal negocio al alquilar el WTC en momentos en que los edificios con aislamiento de amianto habían quedado fuera de las normas legales. Silverstein tuvo sin embargo un excelente presentimiento al sacar una original póliza de seguro que incluía una prima en caso de atentado terrorista, prima calculada no en función de los daños sino en base a la cantidad de ataques. Así que, al considerar que [el 11 de septembre] hubo dos ataques con dos aviones diferentes, Silverstein reclamó y finalmente obtuvo una compensación doble, o sea 4 500 millones de dólares.

En todo caso, poner la nanotermita en las torres gemelas y en el Edificio 7 supone la realización de complejos cálculos y varios días de trabajo para su instalación, por supuesto, antes del 11 de septiembre, algo que resulta imposible de hacer a espaldas del personal de protección del WTC. El promotor Larry Silverstein había puesto la seguridad del WTC en manos de Securacom, firma que dirige Marvin Bush, hermano del presidente.


3 000 víctimas

En la noche del 11 de septiembre, la alcaldía de Nueva York mencionaba un posible balance de 40 000 muertos y, en función de ese cálculo, pedía los medios necesarios para sus morgues. Al cabo de numerosas revisiones el balance felizmente se redujo a menos de 2 200 víctimas civiles y 400 víctimas entre el personal de auxilio. No había entre los muertos ni uno solo de los grandes empresarios que tenían sus oficinas en las prestigiosas torres. Pero sí había mucho más personal de mantenimiento que empleados de oficinas. ¿Cómo se explica este milagro?

Hacia las 7 de la mañana del 11 de septiembre, los empleados de la firma Odigo recibieron un SMS previniéndoles que un atentado iba a tener lugar ese mismo día en el WTC y que, por lo tanto, no debían presentarse en su oficina, situada frente al WTC. Odigo es una pequeña firma israelí, líder en el sector de la mensajería electrónica, estrechamente vinculada a la familia Netanyahu y al Aman, el servicio israelí de inteligencia militar.


El secretario de Defensa de los Estados Unidos, Donald Runsfeld, abandona su oficina para prestar ayuda a las víctimas (En esta imagen de la CNN, Rumsfeld aparece en traje, al centro de la imagen, mientras ayuda a cargar una camilla).


Hacia las 8h, el financiero Warren Buffett ofrecía su desayuno anual de caridad en su feudo de Nebraska. Y, por vez primera, invitó sistemáticamente a todos los grandes empresarios que tenían oficinas en las torres gemelas. También fue la primera vez que no recibió a sus invitados en un gran hotel sino en la base aérea de Offutt, sede del puesto de mando de la fuerza de disuasión nuclear. Los filántropos habían llegado por avión el día anterior y habían dormido dentro de la base. Durante el desayuno se les informó que un avión había chocado por accidente contra la torre norte del WTC y, más tarde, que un segundo aparato había impactado la torre sur. Comprendieron entonces que no se trataba de simples accidentes sino de atentados, sobre todo porque el comandante de la base, el general Gregory Power, los abandonó de inmediato para presentarse en su puesto de mando de crisis. Al decretarse rápidamente el cierre del espacio aéreo estadounidense, los invitados no pudieron regresar a Nueva York y se quedaron en la base. Después del 11 de septiembre, el financiero Warren Buffett se convirtió en el hombre de negocios más rico del mundo, categoría que comparte con su amigo Bill Gates. Recientemente, hizo campaña a favor de Barack Obama pero se negó a convertirse en su secretario del Tesoro.

Poco después del mediodía, el Air Force One aterrizó en la base aérea de Offutt. El presidente Bush fue conducido al puesto de mando de crisis, donde participó en la videoconferencia con la Casa Blanca y con las diferentes agencias implicadas. También grabó allí su primera intervención televisiva.

En los minutos siguientes después del primer impacto, los servicios de urgencia de la FEMA (Agencia para el Manejo de Situaciones de Catástrofe, siglas en inglés) se desplegaron en el lugar de los hechos. Por una feliz casualidad habían llegado a Nueva York el día anterior y se disponían a realizar al día siguiente un simulacro de ataque biológico o químico en el WTC. Todos los servicios de urgencia se activaron por lo tanto inmediatamente, salvando numerosas vidas. La FEMA estaba bajo la dirección de Joe Allbaugh, tesorero de la campaña electoral de George W. Bush y futuro responsable de los pedidos públicos de ofertas en el Irak ocupado.

El misil del Pentágono

Las baterías automáticas antimisiles del Pentágono no reaccionaron ante la irrupción de una aeronave en el espacio aéreo prohibido. Esto puede tener dos explicaciones: estaban desconectadas dejando así el edificio sin defensa o se les administró un código amigo. Existe, en efecto, un código de reconocimiento que permite que los helicópteros del secretario de Defensa y del Estado Mayor puedan ingresar sin peligro en el perímetro prohibido.

Al evitar un tramo de autopista elevado [próximo al Pentágono], la aeronave tuvo que realizar un viraje casi en ángulo recto y después impactó el Pentágono por el ala más alejada de las oficinas del secretario de Defensa. La zona impactada tenía dos usos. Había en ella oficinas que se estaban remodelando para acoger el Estado Mayor de la Marina y oficinas que estaban siendo utilizadas por el personal del auditor financiero general. Un equipo que se componía principalmente de personal civil estaba trabajando allí en una investigación sobre el más importante desvío de fondos del siglo en el presupuesto de defensa. Esto explica al mismo tiempo la ausencia de oficiales de alto rango entre las víctimas y por qué la investigación sobre los desvíos de fondos tuvo que ser anulada, por falta de archivos que permitieran continuarla.

El misil perforó las paredes blindadas de los anillos sucesivos y explotó con extraordinaria violencia dentro del edificio. El calor era tan intenso que los bomberos tuvieron que utilizar trajes de amianto. Combatieron las llamas con agua, el fluido que absorbe la mayor cantidad de calor. No recurrieron a las sustancias retardadoras que se utilizan para apagar los incendios de combustible aéreo y afirmaron no haber visto absolutamente nada que hiciera pensar en un avión o en combustible de avión. En todo caso, y en contradicción con lo que él mismo dijera en su testimonio, era imposible que una persona vestida con un traje de cuello y corbata, como el secretario de Defensa Rumsfeld, pudiera acercarse al incendio.

Posteriormente, las propias autoridades destruyeron toda el ala afectada y la reconstruyeron. Los escombros fueron evacuados por una empresa especializada que los vitrificó. Esa costosa técnica se usa cuando se trata de estabilizar desechos que contienen partículas radioactivas. Todo parece indicar que el misil estaba forrado de uranio empobrecido, para perforar el hormigón y el kevlar, y que contenía una carga hueca para que provocara una breve explosión a muy alta temperatura.

Como puede verse perfectamente en las fotos tomadas inmediatamente después del impacto, el misil penetró en el edificio sin dañar la fachada. Volaba a ras del suelo y pasó por una puerta habitualmente utilizada por los vehículos de entregas. Ni siquiera estropeó el marco [de esa puerta].

Los alrededores del Pentágono están bajo una constante vigilancia en la que se usan cámaras. La aeronave tuvo que pasar por el campo de visión de más de 80 de ellas. Las autoridades se negaron a hacer públicos esos videos y se limitaron a entregar algunas fotos en las que se ve la explosión, pero no la aeronave.

El césped del Pentágono tampoco fue dañado. La explosión pulverizó los automóviles estacionados en el parqueo y dos helicópteros que se encontraban en el helipuerto. Se encontró gran cantidad de fragmentos metálicos, pero ninguno que correspondiera a un Boeing, ni siquiera los reactores. Las autoridades utilizaron mucho una foto oficial en la que se ve un fragmento de unos 90 cm. de largo que presentaba por un lado huellas de una pintura especial utilizada en aeronáutica mientras que el otro lado estaba pintado de rojo, blanco y azul. Ante estas características, los aficionados a los rompecabezas comprueban que no corresponde a ninguna pieza de un Boeing pintado con los colores que identifican a la compañía aérea American Airlines. Lo que sí es seguro es que se trata de una pieza proveniente de un aparato aéreo, probablemente de uno de los dos helicópteros destruidos.

Para acreditar la teoría del vuelo 77, el médico general del Departamento de Defensa autentificó los restos humanos de los pasajeros del Boeing entre los escombros del Pentágono. Las familias de las víctimas recibieron urnas funerarias en las que se precisaba si aquellos restos humanos habían sido identificados mediante las huellas digitales o por análisis del ADN. Sin embargo, el Pentágono justificó más tarde la ausencia de restos del Boeing, incluyendo la ausencia de los reactores, diciendo que el extremo calor había gasificado el metal. Es imposible imaginar que algún resto humano pudiera sobrevivir a esas condiciones.

¿Aviones secuestrado o pilotos automáticos?

La teoría de los aviones secuestrados se basa en la asimilación de las aeronaves implicadas con aviones de pasajeros y en la divulgación de las comunicaciones telefónicas entre los pasajeros y [otras personas que se hallaban en] tierra.

Muchas personas dijeron haber recibido esas llamadas de sus familiares que se encontraban a bordo de los aviones. Fue así como se reconstituyó la toma de las aeromozas como rehenes con la utilización de cuchillas y el motín de pasajeros a bordo del vuelo UA93. Esto último incluso dio lugar a dos películas de Hollywood.


Sin embargo, en 2006, durante el juicio contra Zacarias Moussaoui, sospechoso de haber tratado de unirse a los secuestradores aéreos, el FBI precisó que los contactos telefónicos entre aviones en vuelo a gran altitud y personas en tierra no eran posibles con la tecnología existente en 2001. Las verificaciones realizadas demostraron que todos aquellos testimonios son falsos, ya sea porque fueron inventados o porque las personas [que recibieron las llamadas] fueron engañadas.

El FBI no hizo ningún comentario sobre el caso de Theodore Olson, abogado de George W. Bush durante la elección presidencial y posteriormente fiscal general de los Estados Unidos, quien declaró en su testimonio haber recibido dos llamadas telefónicas de su esposa, la periodista de Fox TV Barbara Olson, desaparecida con el vuelo 77.




El fiscal general de los Estados Unidos, Theodore B. Olson, mintió al asegurar haber recibido dos llamadas telefónicas de su esposa, la periodista de Fox Barbara Olson, desde el vuelo 77. También afirmó que su esposa Fox le había dado detalles sobre la supuesta «toma de rehenes». El FBI reveló que no existía ninguna comunicación proveniente del teléfono celular de Barbara Olson.


Una hipótesis explicativa surge de la consulta de los archivos desclasificados de Robert McNamara. En 1962, el Estado Mayor conjunto de los Estados Unidos propuso al presidente Kennedy el montaje de una operación tendiente a justificar un ataque contra Cuba, la llamada operación Northwoods. Se trataba de una serie de provocaciones, entre las que se encontraba la destrucción en vuelo de un avión de pasajeros estadounidense por falsos Mig cubanos.


Para ello, el ejército [estadounidense] había obtenido dos Mig soviéticos en un país del Tercer Mundo y los había pintado con las insignias cubanas. Varios actores habían sido contratados. Estos tenían que tomar un avión en Miami, donde filmarían escenas de familia que se utilizarían posteriormente en los noticieros de televisión. Ya en vuelo, el avión de pasajeros tenía que apagar su transpondedor para que los radares civiles no pudieran identificarlo. Este avión podía ser reemplazado entonces con un avión vacío cuya tripulación saltaría en paracaídas. El aparato debía proseguir su vuelo gracias al piloto automático antes de ser derribado por los falsos Mig sobre la bahía de Miami, ante miles de testigos. Para dar más credibilidad al asunto, el Estado Mayor había preparado una serie de conversaciones telefónicas entre falsos espías cubanos, conversaciones que debían ser interceptadas por el FBI.

Aplicado al 11 de septiembre, este escenario permite explicar el cese de las transmisiones de los transpondedores, las falsas llamadas telefónicas y la ausencia de ventanas en los aviones que impactaron el WTC. La novedad es que, en el año 2001, el Pentágono no ya necesita una tripulación que garantice el despegue de un Boeing 757. Este avión de pasajeros ofrece la posibilidad técnica de poder despegar como un avión sin piloto. Esto simplifica la operación.

En las líneas internas estadounidenses, con vuelos muy frecuentes, las compañías aéreas acostumbran a vender más asientos de los que cuentan los aviones. Los pasajeros esperan durante horas a que aparezca un asiento libre en un avión. Sin embargo, los cuatro aviones supuestamente secuestrados [el 11 de septiembre de 2001] solamente tenían ocupados un tercio de sus asientos.
El estudio detallado de las listas de pasajeros que realizó el diario iraní Kheyan muestra que todos los desaparecidos eran familiares de empleados del Departamento de Defensa, de firmas que tienen contratos con el Pentágono o personas cercanas a la Casa Blanca, como Barbara Olson.

La posibilidad de que un avión de pasajeros pudiera estrellarse por accidente contra el techo del Pentágono (no de que impactara la fachada) fue objeto de estudio en los años 90. El Departamento de Defensa incluso organizó varios simulacros bajo la dirección del comandante Charles Burlingam. Este oficial abandonó posteriormente el servicio activo y se convirtió en piloto de American Airlines. Era él quien se encontraba en la cabina de pilotaje del vuelo 77 que supuestamente impactó el Pentágono.

Sin aviones secuestrados, no hay secuestradores aéreos.

Durante los tres días posteriores a los atentados, el Departamento de Justicia, basándose en las indicaciones que los pasajeros habían proporcionado por teléfono, determinó el modus operandi de los secuestradores, los identificó y reconstruyó enteramente sus vidas. De esa manera, fue la llamada telefónica de un sobrecargo del vuelo AA11 lo que permitió saber que había cinco secuestradores en el avión y que el jefe era el pasajero del asiento 8D, Mohammed Atta.

Pero hoy sabemos que aquellas llamadas telefónicas eran falsas y que los aviones no fueron secuestrados sino reemplazados. Más desagradable aún, las listas de pasajeros que las compañías aéreas entregaron en las siguientes horas de los atentados muestran que ninguno de los 19 presuntos secuestradores abordó un avión.



El secretario de Justicia John Ashcroft mintió al dar a conocer los nombres de los 19 secuestradores aéreos. Ninguno de los sospechosos mencionados figura en las listas de embarque de las compañías aéreas.



Existe sin embargo una «prueba» de que Mohammed Atta estaba en el avión que impactó la torre norte. Varios días después, cuando el WTC no era más que un montón de ruinas humeantes, un policía encontró allí el pasaporte intacto del secuestrador. Todo había sido destruido, menos la prueba material providencial.


Como aquello parecía poco creíble, la administración Bush difundió las imágenes de una cámara de seguridad del aeropuerto en las que se podía ver a Atta y a su compañero al-Omari en el momento del embarque. El problema es que esas imágenes, aunque son realmente del 11 de septiembre, fueron captadas en el aeropuerto de Portland, por donde Atta y al-Omari debieron pasar en tránsito, no en el aeropuerto de Boston, de donde despegó el vuelo AA11.


Siempre a la vanguardia cuando se trata de inventiva, el Sunday Times de Rupert Murdoch publicó en 2006 un video amablemente proporcionado por el Departamento de Defensa estadounidense y con fecha del año 2000 en el que se ve a Atta en Afganistán, en un campamento de Osama Ben Laden.

El análisis de la lista oficial de secuestradores kamikazes está lleno de sorpresas. Algunos de estos individuos aparecieron después de los atentados. Por ejemplo, Walid al-Asheri, que supuestamente era uno de los hombres del equipo de Atta en el vuelo AA11, es piloto en la compañía aérea Royal Air Maroc, vive en Casablanca y dio allí varias conferencias de prensa hasta que el palacio real le pidió que fuera más discreto.


También resulta interesante el hecho que 13 de los 19 supuestos secuestradores son mercenarios que anteriormente participaron en operaciones terroristas organizadas por el príncipe Bandar bin-Sultan por cuenta de la CIA en Afganistán, en Bosnia Herzegovina y/o en Rusia. Se trata de Khalid Almihdhar, de los hermanos Salem y Nawaf Alhazmi, de Ahmed Alhaznawi, de Ahmed y Hamza Alghamdi, Wail, Waleed y Mohand Alshehri, Ahmed Alnami, Fayez Ahmed Banihammad y Majed Moqed. Todos combatieron tanto por el Emirato islámico de los talibanes como por el de Ichkeria.


Al llegar al trono, en 1982, luego del asesinato de su predecesor por un príncipe toxicómano armado por la CIA, el rey Fadh nombró al príncipe Bandar embajador de Arabia Saudita en Washington. El príncipe conservó esa función hasta la agonía del monarca, en 2005. Rápidamente considerado por George Bush padre como un hijo adoptivo, el príncipe Bandar es conocido en el mundo árabe por el sobrenombre de «Bandar Bush». Al disponer de múltiples facilidades, el príncipe Bandar administró durante unos veinte años una especie de fondo secreto de la CIA alimentado a través de sobornos pagados al margen de contratos armamentistas, como el célebre contrato al-Yamamah, en el que están implicadas las más altas personalidades británicas. También reclutó mercenarios en los medios islamistas para la realización de todo tipo de operaciones secretas en el mundo musulmán, desde Marruecos hasta la región china de Xinkiang.

Evitando las preguntas sobre los presuntos secuestradores aéreos, la administración Bush prefirió focalizar los debates sobre la personalidad de Osama Ben Laden. Este célebre golden boy saudita era el hermano de Salem ben Laden, socio en Houston de George W. Bush en el seno de la empresa petrolera Harken Energy. Fue reclutado en Beirut por el consejero estadounidense de seguridad nacional Zbigniew Brzezinski a fines de los años 70. Se incorporó entonces a la Liga Anticomunista Mundial y organizó el financiamiento de los muyahidines contra los soviéticos en Afganistán. Su «Legión Árabe» fue posteriormente utilizada en otros teatros de operaciones, como Bosnia Herzegovina. Después de haber sido una personalidad de la alta sociedad, la CIA le forjó una imagen de fanático religioso para que sirviera de pantalla a las acciones del príncipe «Bandar Bush». Efectivamente, si bien ningún islamista podía aceptar ponerse al servicio de la monarquía corrupta y odiada del rey Fadh, muchos podían sentirse orgullosos de seguir al personaje Osama Ben Laden, debido a su retórica integrista y antioccidental. El «jeque Osama» no era sin embargo otra cosa que una pieza importante de la CIA en el tablero del Medio Oriente. Un jefe de Estado árabe contó en detalle al autor de estas líneas que lo había visitado, durante el verano de 2001, en el hospital americano de Dubai, donde Osama Ben Laden seguía un intensivo tratamiento renal. Según este testigo excepcional, Ben Laden recibía allí a los visitantes en su habitación y en presencia de sus colaboradores de la CIA.

En 2001, Osama Ben Laden era un desconocido para el público estadounidense, exceptuando a los fans de Chuck Norris que habían visto en el cine su película «Ground Zero». Durante 8 años, la administración Bush destiló hacia la prensa una serie de casetes de audio y de video del «jeque» Osama para reactivar la novela de la guerra contra el terrorismo. En uno de los casetes más célebres, Osama Ben Laden afirma haber calculado que dos Boeing podían provocar el derrumbe de las torres gemelas y haber ordenado también la acción del avión contra el Pentágono. Dos hazañas que hoy sabemos imaginarias.


En 2007, el Instituto suizo Dalle Molle de Inteligencia Artificial, considerado la institución más capacitada a nivel mundial en materia de reconocimiento de imagen y de reconocimiento vocal, estudió todas las grabaciones disponibles de Osama Ben Laden. Y concluyó, con la mayor certeza, que todas las grabaciones posteriores al final de septiembre de 2001 son falsas, entre ellas el casete de sus confesiones.


El director general de la CIA, George Tenet, mintió al autentificar las grabaciones de audio y video de Osama Ben Laden posteriores a finales de septiembre de 2001. El instituto suizo de inteligencia artificial Dalle Molle –reconocido por los tribunales internacionales como la mayor autoridad mundial en la materia– concluyó que todas esas grabaciones son falsas.


¿Hay un ejército en Estados Unidos?

Toda esta acumulación de elementos que invalidan la teoría oficial de la administración Bush no debe hacernos pasar por alto el más increíble de todos: durante todo aquel terrible día, «el ejército más poderoso del mundo» pareció impotente, incluso ausente.

El procedimiento de intercepción aérea estipula que los cazas deben establecer contacto visual con los aviones secuestrados en unos pocos minutos. Ni uno solo de ellos logró acercarse a ninguno de los aviones secuestrados. Obligado a ofrecer alguna explicación sobre tamaña negligencia y a rendir cuentas, el general Richard Myers, jefe adjunto de Estado Mayor al mando durante un viaje de su superior a Europa, no hizo otra cosa que tartamudear ante los parlamentarios. Ni siquiera fue capaz de recordar lo que había hecho aquel día y pasó todo el tiempo contradiciéndose.



En un evidente ataque de amnesia, el general Richard Meyers, jefe interino del Estado Mayor conjunto estadounidense, declaró ante el Congreso de los Estados Unidos que no se acordaba de lo que había hecho el 11 de septiembre de 2001.


Lo más interesante es que aquel día las fuerzas armadas estadounidense estaban en estado de alerta. Aquel día estaba planificada la realización del ejercicio militar más importante del año en Estados Unidos: Global Vigilance. Se trataba de un simulacro de agresión por parte de bombarderos nucleares rusos que supuestamente sobrevolarían Canadá. Toda la fuerza aérea estadounidense estaba movilizada para participar en aquel ejercicio, así como todos los medios de vigilancia satelital de los Estados Unidos. Y el puesto de mando de aquel ejercicio estaba en la base de Offutt, la misma en la que se encontraban Warren Buffet y sus amigos empresarios del WTC y a la que fue llevado el presidente Bush después del mediodía. Precisamente aquel día más que cualquier otro, los aviones de guerra estadounidenses estaban en el aire, los satélites estadounidenses estaban en posición y el Estado Mayor estaba observando los aviones civiles, para evitar accidentes.

Las fuerzas armadas de los Estados Unidos no eran las únicas que se hallaban en pie de guerra. Los estados mayores de las grandes potencias también estaban en alerta, observando y evaluando la demostración del poderío estadounidense. En el instante en que se abatió el cataclismo sobre Estados Unidos, cada uno de ellos trató de entender su origen y de seguir de cerca todo lo que iba sucediendo.

En Rusia, el presidente Vladimir Putin trató de ponerse urgentemente en contacto con su homólogo estadounidense para hacerle saber que Moscú no tenía absolutamente nada que ver con aquellos crímenes y prevenir así una represalia injustificada. Pero el presidente Bush se negó a aceptar la comunicación, como si aquella confirmación le pareciera inútil. El jefe del Estado Mayor interarmas ruso de aquella época, el general Leonid Ivashov, ordenó la realización de estudios sobre cada uno de los aspectos nebulosos a medida que se identificaba cada uno de ellos. Y fue el rápido derrumbe de las torres gemelas en sentido vertical lo que convenció a sus expertos de que la versión oficial era un engaño destinado a enmascarar un montaje de gran envergadura. Tres días después de los atentados, el general Ivashov había reconstruido los aspectos esenciales del drama y podía afirmar que se trataba de un enfrentamiento interno entre dirigentes estadounidenses. Según él, la operación se realizó por encargo del complejo militaro-industrial estadounidense y la concretó una empresa militar privada.


La rebelión de la inteligencia

Sometida a un aplastante volumen de propaganda que incluyó la proclamación de un duelo nacional en algunos países y varios minutos de silencio obligatorio en la Unión Europea, la opinión pública occidental quedaba aturdida, incapaz de reflexionar sobre los hechos. Ya comenzaba a resonar el ruido de botas con rumbo a Afganistán.

Pero el autor de estas líneas comenzó a publicar en Internet una serie de artículos en los que cuestionaba la versión oficial. Publicados primeramente en francés, aquellos artículos fueron rápidamente traducidos a diferentes idiomas y fueron objeto de polémica. Un libro recapitulativo, L’Effroyable impostura [En español, La gran impostura.], publicado 6 meses después y traducido a 28 idiomas, dio inicio a un movimiento de cuestionamiento de la versión oficial. En Alemania, el ex ministro Andreas von Bulow; en Portugal, el ex director regional de la CIA Oswald Le Winter; en el Reino Unido, el politólogo Nafeez Mosaddeq Ahmed; en Estados Unidos, el historiador Webster Tarpley, publicaron todos ellos nuevos textos que aclaraban los atentados. A partir de entonces, el cuestionamiento de la versión oficial evolucionó simultáneamente en dos direcciones.

El autor de estas líneas hizo campaña a través del mundo, reuniéndose con los más altos responsables políticos, diplomáticos y militares y movilizando instituciones internacionales. Esta acción permitió explicar el plan neoconservador relativo al «choque de civilizaciones» y limitar su letal efecto.

Por otro lado, en Estados Unidos, las familias de las víctimas, que al principio condenaron el cuestionamiento, empezaron a interrogarse y a exigir una investigación. La administración Bush amenazó a los revoltosos como el multimillonario Jimmy Walter –quien se vio empujado al exilio–, bloqueó toda intervención del Congreso y creó una Comisión Presidencial. Esta última presentó un informe que, por supuesto, proclamó la inocencia de la administración y la culpabilidad de Al-Qaeda, pero no divulgó las tan esperadas «informaciones claras e indiscutibles». Aficionados realizaron materiales audiovisuales ilustrativos sobre las incoherencias de la versión oficial y los divulgaron a través de Internet, como sucedió con el célebre Loose Change. Se constituyeron asociaciones de profesionales por la verdad sobre el 11 de septiembre, a las que se integraron arquitectos e ingenieros, bomberos, juristas, médicos, religiosos, universitarios, artistas y políticos. Estas asociaciones cuentan hoy con miles de miembros y han convencido a la mayoría de sus conciudadanos de que Washington está mintiendo. Y encontraron a su líder en el profesor de lógica y teología David Ray Griffin.

La propaganda oficial anglosajona ha logrado limitar hasta ahora los efectos de este cuestionamiento. Primeramente, se las arregló para que el público occidental ignorara todo el debate que está teniendo lugar a escala mundial. Ninguna de las declaraciones de los jefes de Estado o de gobierno extranjeros que han expresado sus dudas se ha visto reflejada en la prensa occidental, aislada del resto del mundo por una nueva cortina de hierro. Y los contestatarios occidentales han sido presentados como lunáticos o asimilados a lo que más miedo infunde, la extrema derecha antisemita.

La elección del presidente Obama no ha hecho avanzar el debate. El sitio de la Casa Blanca en Internet, que invitaba a los ciudadanos estadounidenses a dar a conocer sus preocupaciones, se vio inundado de correos electrónicos que pedían la apertura de una investigación judicial sobre el 11 de septiembre. La respuesta fue lacónica: la nueva administración desea mirar hacia el futuro en vez de remover los dolores del pasado. Durante su campaña electoral, Barack Obama hizo que todos sus discursos fuesen revisados de antemano por Benjamín Rhodes, un joven escritor que había sido el redactor del informe de la Comisión Presidencial Kean-Hamilton [sobre el 11 de septiembre]. Rhodes garantizó que no apareciera en ellos ninguna alusión al 11 de septiembre o a sus protagonistas que pudiera abrir la caja de Pandora. Actualmente trabaja en la Casa Blanca y ocupa un puesto en el Consejo de Seguridad Nacional. A todos los miembros de la administración Obama se les pidió que se retractaran de toda declaración anterior en la que hubiesen podido expresar dudas sobre la versión oficial. Un consejero principal, Van Jones, tuvo que dimitir luego de haberse negado a retractarse.

A pesar de todo, hechos de la mayor importancia hacen posible actualmente una clarificación sobre los atentados. El rey Fahd murió en agosto de 2005. El rey Abdallah le sucedió en el trono y ha tratado de ir deshaciendo poco a poco los asfixiantes vínculos del reino saudita con Estados Unidos.

Al principio, el príncipe Bandar se convirtió en consejero nacional de seguridad, pero sus relaciones con el rey fueron deteriorándose. En definitiva, a principios del verano de 2009, Bandar cometió al parecer la imprudencia de tratar de liquidar al monarca y de poner en el trono a Sultan, su propio padre. Desde entonces, no se han tenido más noticias de «Bandar Bush» ni de cerca de 200 miembros de su clan. Parece que algunos están exilados con él en Marruecos y que otros se encuentran en prisión. En lo adelante, es posible que algunas lenguas empiecen a desatarse.


Thierry Meyssan

Analista político francés. Fundador y presidente de la Red Voltaire y de la conferencia Axis for Peace. Última obra publicada en español: La gran impostura II. Manipulación y desinformación en los medios de comunicación(Monte Ávila Editores, 2008).


Este artículo fue redactado para el semanario Odnako que lo publicó en su número 1, con fecha del 15 de septiembre de 2009.


Creado con importantes medios financieros, Odnako espera imponerse como primer news magazine de Rusia. A la cabeza de su redacción se encuentra un veterano de la prensa, Mijail Leontieff. Entre los principales trabajos de este reputado periodista se encuentra la publicación de una serie de investigaciones consideradas como documentos de referencia sobre los movimientos fascistas en el poder en los países del Báltico y la corrupción en Ucrania, lo cual le ha valido ser declarado personna non grata en esos países. Su crónica política, a través del canal uno de la televisión, ha alcanzado gran popularidad gracias a su estilo claro y directo. Esa crónica política se titula Odnako [Interjección rusa que expresa un fuerte sentimiento de sorpresa o exasperación. NdT.], palabra que Mijail Leontieff ha utilizado también como nombre de su nuevo semanario.


Fuente: http://www.voltairenet.org/article162097.html