CADA PERIODO
ELECTORAL, CIUDADANOS ALREDEDOR DEL MUNDO PADECEN UNA MISMA PLAGA VISUAL: LA
NEFASTA PROPAGANDA QUE LOS CANDIDATOS DESPLIEGAN EN EL ESPACIO PÚBLICO.
Como si la ciudad fuese un niño que cíclicamente se ve inmerso en pesadillescas alucinaciones, cada periodo electoral los candidatos invaden las calles de las respectivas urbes donde radican sus potenciales electores, para promoverse con patéticas fórmulas propagandísticas: carteles de plástico que incluyen ridículas fotos de sí mismos, con slogans gastados que torpemente sintetizan las promesas electorales de un aspirante.
Con
frases como “Acción responsable”, “Así, sí gana la gente”, o “Seguridad
primero”, los partidos se regocijan en los llanos de todavía insípidas
democracias, al tiempo que aspiran a convencer a una sociedad completamente
desmoralizada por décadas de frustración frente al desempeño de sus
gobernantes.
Más
allá de juzgar el despliegue visual que implican las campañas, un fenómeno que
resulta fascinante es la transformación que sufren las fotografías de los
candidatos, al entrar apenas en contacto con el entorno “natural”.
Basta
un par de días para que estas imágenes, como si mostrarán una ineludible
tendencia a la auto-confesión, comienzan a tomar aspectos verdaderamente
monstruosos que parecen develar las verdaderas intenciones de estos siempre
sonrientes y bien peinados sujetos. Resulta en una metáfora significativamente
reveladora, el hecho de que al exponerse al entorno, el mismo al que aspiran
gobernar, este cause estragos en sus imágenes –de hecho, tal vez haya un
macabro simbolismo implícito en este fenómeno.
Así,
los habitantes nos encontramos con un molesto mantra visual, empapado de seres
que denotan grotescas texturas y amenazantes malformaciones. Y lo anterior se
torna aún más lúgubre, si tomamos en cuenta que estas personas definirán, en
buena medida, el rumbo de un país durante los próximos años: si, la democracia
como una película de terror psico-visual.
De
manera complementaria, no podemos evitar mencionar el notable desperdicio de
material (plástico, tinta, papel, alambre) que ocurre durante esta dinámica. Y
generalmente, frente a este basurero cíclico, la obligación moral de las
decenas de prometedores candidatos peca uniformemente de ausencia: la escueta
reglamentación que limita el volumen de propaganda, o que obliga a que se
retire dentro de un periodo ‘razonable’, casi siempre es ignorada.
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